Vivo en el interior, no muy lejos del mar, sólo lo suficiente para echarlo de menos. Prácticamente siempre he vivido cerca de él e incluso cuando no lo estuve, buscaba el agua y su movimiento intrínseco visitando el río que cruzaba mi pueblo, mi ciudad o las fuentes que brotaban de la montaña.
Os pregunto qué os pide el cuerpo, porque después de esta locura en la que hemos estado viviendo y en la que todos hemos hecho nuestros equilibrios, mi cuerpo me pide mar.
Me levanté un día echándolo de menos, ya no servían los audios grabados de sus aguas rompiendo en la playa o en las rocas; echaba de menos ver el movimiento de sus aguas y sentir cómo se movían en mí; eché de menos su intercambio…Necesitaba cocinarme con agua de mar.
¿Lo habéis percibido alguna vez? Los que me conocen recordaran la primera vez que lo sentí… no fue hasta aquella ocasión, una clase práctica de osmosis en toda regla, en la que pude percibir el intercambio entre las aguas de este “mar nuestro”(mare nostrum) y yo.¡Y pensar que eso estaba pasando en mí desde hacía más de 30 años! Probadlo si tenéis ocasión, prestad atención después de entrar en el agua, y al cabo de un ratito, quizás, si os apetece y el mar os da la oportunidad, haced el muerto y observad.
Yo tuve la ocasión de hacerlo en un mar al que estoy vinculada por afecto y por tradición y, cuya concentración salina es alta, fue un sobresalto de agradecimiento bendito a quien nada pide y todo lo daba. Después de aquellos días, yo volvía a donde vivo distinta. Alguien había sido generoso conmigo más que yo misma, y volvía a reconocerme en quien era, más tranquila, más serena, en general había perdido peso… y eso siempre es un aliciente 😉 y todo lo que no se ve pero que había cambiado.