DELICIOSO

Retomamos nuestros encuentros un curso más, llenos de energía después de un verano caluroso donde los haya.

La propuesta para estos próximos meses tiene que ver con las palabras…y no sirve decir: es que ¡yo soy de ciencias! o ¡soy de audiovisuales!

Lo que decimos a los demás, lo que nos decimos a nosotros mismos, cómo nos lo decimos y los vínculos que hemos creado con determinadas palabras con motivo de nuestra historia personal, ya hace tiempo que se sabe que son importantes. Tiene impacto en cómo interpretamos las experiencias que vivimos y también cómo respondemos a ellas.

Mi intención durante estos próximos meses es el de sugeriros algunas palabras y los espacios para que las sintáis. ¡Cuán importante es sentirlas! y ¡Cuánta información nos proporcionan sobre nosotros y sobre cómo vemos el mundo!

El mundo es un reflejo de lo que somos. Como alguien muy sabio dijo: si quieres cambiar el mundo, empieza por ti mismo, así que  quizás no sea una mala iniciativa abordar aquello que se mueve en nuestro pensamiento y sale por nuestra boca…

Ojalá este trayecto juntos desde las palabras y los sentires nos permita tomar conciencia del uso que hacemos del lenguaje más allá de la propuesta que os iré haciendo.

Todos hemos visto o tenido la experiencia de cómo, con el lenguaje, podemos estimular o desalentar a alguien; por qué no dibujar sonrisas y repartir agradables perfumes a nuestro alrededor. ¿Os apuntáis? 

Hace algunos años conocí a una chica,; se la veía feliz a pesar de los contratiempos que todos tenemos en nuestro día a día y siempre lucía una sonrisa. En un desayuno, mientras comíamos una manzana, ella utilizó la palabra “deliciosa”: “la manzana estaba deliciosa”.

En aquel momento recuerdo que pensé que era una palabra en desuso, si te preguntaban cómo estaba la manzana, en general, acostumbrábamos a decir: buena, muy buena o no vale nada…y parecía que hasta ahí se reducía un vocabulario que se alejaba mucho de ser rico pero que cumplía escuetamente con su función, informar al otro sobre la manzana.

Cierra los ojos y pronuncia la palabra: D E LI C I O S O …ummm

Cuando oigo: “delicioso”, simultáneamente se inicia la salivación y sonrío.

Lo que sea que es delicioso debe dar un gran placer a los sentidos. Mi respiración y mi musculatura se relajan predisponiéndome al disfrute, teletransportándome a un estado que yo asociaría con la alegría de descubrir o de gozar de algo y me anima a probarlo, a adentrarme en la exploración.

Delicioso…A ti ¿qué te evoca?

¿Cómo reacciona tu cuerpo al oírla?

¿Cómo te sentirías si la incluyeras en tu vocabulario?

¿Qué cambios podría producir en nuestra vida incorporarla?

Te propongo que durante el próximo mes prestes atención a momentos que puedas calificar como “deliciosos” y lo verbalices.

Obsérvate y observa las reacciones de los que te escuchan. Quizás, al principio, te suene arcaico; quizás los que te oigan se sorprendan, e incluso algunos bromeen al respecto y quizás, también, nos podamos dar el espacio y el tiempo para saborear la palabra y disfrutarla.

Os confesaré que cuando la uso, la imagen que me recuerda es la de alguien que entrega un regalo…nadie se queda impasible delante de él y por término general, sonríen y cambia la vibración del día.

Si os aventuráis a experimentar, ya me diréis el resultado.

Os deseo un delicioso día lleno de sonrisas.

Luz y alegría

Tundra

Tundra

 

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Yo soy vaca; ella ardilla; tu mono

En cualquier país del mundo podemos encontrarnos con una familia tan singular como la que os presentaré. Os preguntareis por qué la califico de singular; pues bien, os daré una pista: nunca se habían mirado en las aguas del río. Lo comprenderéis más adelante, si no lo habéis adivinado ya.

Después de conocerlos, mi vida cambió. Quizás también cambie la vuestra.

Empezaré esta historia presentándoos a los miembros que componen esta familia.

Uno de ellos era una vaca. Como vaca que era, era un animal grande, lento, no parecía tener grandes aspiraciones; sin aparentes deseos a parte de alimentarse y descansar al sol; no parecía tener mayor preocupación. Al mirarla transmitía serenidad y reflexión.

Pareciera obvio que alguien que se mueve despacio, que escanea con la mirada lo que le rodea y hasta donde su flexibilidad le permite lentamente pueda transmitir serenidad y sosiego y, que todo el tiempo de que dispone (aparentemente mucho) le permita una cierta reflexión.

Y todo se desarrollaba a ese ritmo, donde todo tenía su tiempo: laaaaargo para disfrutarlo.

El otro miembro de la familia era una ardilla, ¿podéis imaginarla? La ardilla, pequeña, ágil y divertida subía y bajaba por las cortezas y entre las ramas de los árboles próximos recolectando todo tipo de frutos secos, semillas y algunos vegetales.

Su vida transcurría un poco más rápida que la de la vaca que la observaba ir y venir constantemente.

Ardilla le llevaba a Vaca lo que iba encontrando en el bosque, claro que, no todo podían compartirlo, pues su alimentación era muy distinta, pero sí compartían algunos bocados y también compartían largas conversaciones en las que Ardilla explicaba las novedades que había descubierto en su ir y venir, y Vaca hacía lo propio desde donde estaba, porque, a pesar del aparente poco movimiento, pasaban muchas cosas dentro de sí.

Y así fue hasta que llegó la prole y el prado cambió.

Ardilla y Vaca tuvieron a un pequeño monito.

En este momento os estáis preguntando cuan absurda es esta familia, ¿no es cierto? Nuestra mente nos está informando puntualmente: una vaca y una ardilla no pueden tener un mono.

Nuestra mente, como fiel testigo de lo que estudiamos, acaba de etiquetarlo como absurdo; y quizás la genética nos informa de eso, pero esto es un cuento…¿Por qué no abrirnos a esa posibilidad?

Cuando llegó el monito muchas cosas tuvieron que cambiar, cosas sencillas en las que antes no habían pensado porque cada uno hacía lo que necesitaba hacer respetando sus espacios. Así, uno se paseaba por el prado mientras el otro exploraba los árboles inmediatos que colindaban con aquel o, uno comía nueces mientras el otro pastaba a sus anchas.

Al llegar monito, tuvieron que alternarse para cuidarlo, pues era frágil y necesitaba ser alimentado y protegido.

Descubrieron que, a pesar de poder comer algo del pasto de la vaca, no le hacía bien comer siempre aquello, al igual que tampoco le hacía bien comer siempre frutos secos o semillas. Descubrieron también que, aunque podía caminar al lado de la vaca mientras paseaban por el campo, lo que monito quería era subir a los árboles como ardilla.

Aprendió de ardilla cómo subir a los árboles. Tuvo que descubrir cómo saltar de rama en rama pues, ardilla, lo hacía distinto y se sorprendió abriendo sus ojos de par en par al poder ver todo aquello que no se veía desde abajo y, así, empezó a ampliar su radio de acción.

Con Vaca disfrutaba conversando y explicando historias, con Ardilla descubría un entorno que empezó a hacérsele pequeño.

Vaca y Ardilla observaban al monito y se daban cuenta de que no podían predecir su comportamiento, ni lo que iba a pasar y no podían anticiparse a sus movimientos para evitarle los peligros que hay en todo bosque. Eso, empezó a ponerlos nerviosos, al igual que los comentarios que hacían tanto el rebaño de vacas, como la comunidad de ardillas.

Los primeros, se ponían nerviosos con tanto ir y venir, tanto subir y bajar rompía su tranquila vida en el prado desde donde veían los confines de su mundo.

Los segundos, no entendían porqué no recogía hacendosamente frutos y semillas para el invierno, por qué no trabajaba arduamente para construir su refugio en un árbol y así poder guarecerse de la lluvia o del frío.

Monito, que era muy sensible, percibía toda aquella incomprensión y se sentía solo a pesar de querer mucho a aquellos con los que convivía y de los que había aprendido tanto. No se sentía cómodo ni con el rebaño de vacas, ni con la comunidad de laboriosos roedores.

Hubo mucho tiempo de enfados por que unos y otros no entendían lo que monito necesitaba y su naturaleza le pedía.

Se oía constantemente a unos:

-¡No subas tan arriba, es peligroso!

-¡No te alejes!

-¡Quédate quieto!

-¿Me ayudas a encontrar semillas?

Monito, que ya dejaba de ser pequeño, habló un día con Vaca y le dijo:- Vaca, no me gusta comer contigo, no me gusta recostarme todo el rato, me gustaría explorar lo que hay más allá de ese bosque.

Vaca le dijo:

– más allá no hay nada. -Mira- le dijo Vaca, -si levantas la cabeza, ¿qué ves?-

-Yo veo el prado, el rebaño, el bosque que limita con el prado. ¿Ves algo más?

-No- contestó monito, -pero Vaca, ¿sabes?, tu ves sólo esto. Subes al cerro por el mismo camino cada día, mas yo he subido con Ardilla a los árboles y se ve un charco de agua enorme al otro lado del bosque, y otros bosques y otros prados. Esto es muy aburrido- concluyó.

Vaca estaba nerviosa, no sabía cómo ayudar a monito que se sentaba a su lado mirando a lo lejos con la mirada perdida.

Era intrépido y no podía evitarle los peligros que sabía que los rodeaban.

Si había otros lugares, también habría otros peligros para los que no lo habrían podido preparar y eso la inquietaba, porque lo veía inocente. ¿Acaso podría despertarse la astucia en él para sortear los peligros, o sería presa de los lobos en cuanto saliese de aquel prado?

Ardilla y Vaca lo querían mucho y mantenían muchas conversaciones intentando ver cómo podrían ayudarlo.

Un día, el viejo búho, al que todos acudían en busca de consejo cuando se sentían perdidos les dijo: – id los tres al río y no bebáis de sus aguas, sólo mirad.

Estuvieron largo rato los tres mirándose en las aguas del río y cada uno veía su cara, sólo su cara. De vez en cuando, monito se quejaba: – ¡qué aburrido! ¿Qué quiere búho que vea, acaso estos ojos grandes?, ¿estas orejas chicas?, ¿estos brazos largos? …

Al oír aquello, vaca dejo de mirarse y miró el reflejo de monito en el agua y se dio cuenta de que no era como ella. Obvio, ¿no?

Miró a ardilla, y se dio cuenta de que tampoco era como ella, aunque vivían en el mismo prado…y exclamó en voz alta:

– ¡Cáspita!, ¿cómo no me he dado cuenta antes? (le gustaba aquella palabra, se la había escuchado a algún humano y le parecía alegre, divertida y sobre todo, el reflejo de un descubrimiento de monumentales dimensiones).

Ardilla y Monito la miraron atónitos.

– ¿Qué has descubierto?

-Que no puedes comer lo mismo que yo, ni retozar en la hierba, ni rumiar …porque ¡no eres vaca! Y tampoco puedes seguir a ardilla, porque no eres ardilla, ¡eres mono!

– ¿Cómo te voy a ayudar a ser mono, si yo no soy mono?

– ¿Cómo lo va ha hacer ardilla, si tampoco es mono?

Vaca estaba entusiasmada con el descubrimiento. Llegó a la conclusión de que, por más que se esforzase, no podría nunca colgarse de una rama, ni ver los otros bosques y prados desde lo alto, porque simplemente a ella le correspondía comportarse de otra manera. Nunca sabría dónde podría llegar Monito pero ella no lo vería con sus ojos. Monito se lo explicaría, mas ella nunca podría seguirle, ni protegerle, ni anticiparse, porque sus destrezas y habilidades eran distintas. Sólo podría advertirle de lo que ella creyera prudente, prudente desde su lugar de vaca.

Ardilla que era rápida y lista, pilló al vuelo el mensaje de Vaca. Ella tampoco podría seguir a Monito. Quizás sí un tramo, quizás sí hasta la rama del roble centenario, lo que había después quedaba muy lejos de casa y, si iba más allá, no le seguiría. ¿Quien le recordaría que tendría que recolectar para no pasar hambre? ¿Quién le enseñaría a ser previsor? ¿A estar alerta y ojo avizor frente a las incertezas de lo que se encontrase?

Esa visión los alivió, más después de soltar la preocupación que llevaban, sintieron una nueva responsabilidad: tenían que encontrar una comunidad de monos que lo ayudasen a desarrollar sus habilidades para poder ser feliz. Esa sería su misión.

Agradecieron a búho su consejo. Él había augurado un futuro sorprendente para Monito, pero nadie había dicho que sería en aquel prado y junto a aquellos árboles. Nadie, nunca, dijo qué tendría que pasar para que el indómito e inquieto monito fuese el rey de su manada.

Encontraron un mono con el que descubrió un millar de posibilidades. Tuvo que caer de las ramas algunas veces, dar su brazo a torcer otras tantas y, poner los pies en el suelo con la misma seguridad con la que volaba en las alturas.

Hoy, monito, vive la vida que quiere. Descubre nuevas posibilidades, y experimenta con seres que, como él, se mueven entre el suelo y el cielo.

De vez en cuando, se deja caer por el prado y comparte sus aventuras con Vaca, que es feliz por que lo ve feliz y, juega con complicidad con ardilla en las alturas sabiendo que ese patio no es el suyo desde hace mucho.

¿Por qué no abandonar el sufrimiento y mirarnos en el río? ¿Vernos como somos y ofrecer a cada cual lo que precisa para poder SER fiel a su propia naturaleza y así ser feliz?

Dedicado a todos aquellos que en alguna ocasión se sintieron igual de perdidos que Vaca y Ardilla, o que son Monito, y no están cómodos en el prado donde viven.

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

 

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