Ideas en un tintero

La primavera tiene la habilidad de remover aquello a lo que la inmovilidad del invierno le ha dado una apariencia de paréntesis, de interrupción.

En invierno, quizás por el frío, quizás porque merma la luz, parece que disponemos de mucho tiempo para leer, elucubrar, construir futuribles y dejarlos en suspensión para cuando parece que hay más energía disponible.

Y llega la primavera, y nuestros ojos se reorientan hacia fuera.

¿Dónde queda todo aquello que nos inspiró y quizás incluso entusiasmó en las largas tardes de invierno, en las eternas sobremesas acompañados de un té, un café o un pastel de chocolate?

¿Dónde queda la energía que contenía ese plan que nos sobresaltó una tarde y que nos hizo volar con la mente?

En mi necesidad de buscar sentido a lo que nos pasa diariamente, me he creado un espacio donde van a parar todas esas ideas.

A ese espacio lo llamo mi tintero, quizás porque siempre me gustó escribir y me parecía mágico trasladar lo no dicho a palabras.

Las ideas, donde quiera que estén, tienen mayor o menor ventura en función del peso que empiezan a tomar; algunas, las más afortunadas, las escribimos y creamos una lista de: “pendientes de hacer” con lo que ya les hemos dado algo de presencia en nuestra vida, un peso; el resto, siguen nadando en el mar de Nun a la espera de que alguien las precipite.

Mi tintero suele contener un líquido fluido en el que las ideas se mueven esperando a que yo, en un ejercicio de elección, las saque de su encierro.

He observado que algunas tienen una fuerza y una energía intrínseca muy potente y es ella la que me llama insistentemente para que actúe, dejando así de formar parte de ese océano primordial para poder manifestarse en esta realidad.

Seguramente a vosotros también os ha pasado y después de algún tiempo, alguien os menciona una idea y pensáis: eso también se me ocurrió a mí…la diferencia fue que la energía de aquella idea en cada uno prende de forma distinta .Quiero pensar que, si abonamos y aramos el terreno sin prisa, pero sin pausa, poco a poco habrá simientes que brotaran.

Para algunos es francamente sencillo: piensan, sienten y hacen. Otros necesitan más tiempo, otro ritmo, el suyo; y qué magnífico poder reconocer la velocidad de cada uno y poderla imprimir sin culpa ni afán de comparación a lo que uno hace…

Y por eso os quiero preguntar, ahora que la naturaleza explota, ahora que desalojamos nuestros armarios de ropas pesadas, de cosas que ya no nos son útiles, ¿Dónde quedaron esas ideas? ¿Se diluirán por el camino? ¿Plantaremos esas flores en las jardineras de casa? ¿Escribiremos a aquel amigo con el que hace tiempo queríamos comunicarnos? ¿Nos robará algunas noches una idea que encarne en nosotros?

Es tiempo de dar puntadas en nuestra labor, tiempo de pintar con energía en nuestros cuadros, tiempo de ver en nosotros lo que deseamos ver en el mundo. El tiempo del silencio y de las ideas pasó, aunque llegará de nuevo como lo hace cíclicamente; más, si respiráis en el aire el perfume de la Vida nos dirá que ahora es tiempo de actuar…¿Nos ponemos manos a la obra?

Escúchate, toma alguna de aquellas ideas que se quedaron en el tintero y dales forma. Disfruta del resultado. En algunas lo verás rápido, respecto a otras…depende de aquello en lo que te embarques, saborea el camino, porque la idea no surgió para que tu vieses su fruto si no para que gozases en su proceso de creación.

Os deseo una primavera pletórica y entusiasta con aquello que abordéis y recordad que la Vida nos ofrece un montón de posibilidades para que disfrutemos de ellas .

Luz y alegría

Tundra

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Una vida extraordinaria

Sentía el hormigueo como subía por su pierna izquierda; estaba despierto otra vez.

Hay quienes al despertar maldicen el despertador por cerrar ese paréntesis de suspensión en la nada que nos conduce a iniciar una nueva jornada de acción. No era su caso.

Hubo un tiempo en que quedarse en la cama remoloneando o intentando robar unas horas de sueño más a la jornada diaria era un caramelo goloso. No lo era desde que tomó una decisión. Una decisión inicialmente inconsciente que poco a poco fue tomando cuerpo y personalidad propia para iniciar una vida extraordinaria

¿Qué era acaso iniciar el camino de una vida extraordinaria? ¿Quizás conseguir algún premio renombrado? ¿Acometer alguna hazaña que luego pudiese llenar la columna de un periódico?

No buscaba tanta publicidad ni eco mediático y, su alma anhelaba ver más amabilidad en el mundo. Quizá ese sería su propósito, ser la amabilidad que quería ver en el mundo. ¡Menudo reto!…lo sentía como saborear una jugosa manzana.

Como todos los retos, uno empieza consigo mismo y se preguntó cuan amable era consigo al aterrizar en este mundo cada día, algo simple y sencillo.

Paraos a pensar en qué tipo de sonido utilizamos para despertarnos…si es que todavía utilizamos despertador…¿es un sonido que nos acompaña delicadamente? O por el contrario ¿es una llamada de corneta que se repite en diversos lugares de la casa estratégicamente colocados para garantizar que finalmente salimos de los brazos de Morpheo?

Se preguntó, cuan amable era con su cuerpo al despertar, cuan amable era al alimentarlo y procurarle aquello que le hacía bien, cuan amable era dedicándole un tiempo a escucharlo, a sentirlo, para darle respuesta.

Se dio cuenta de que escuchaba poco y era poco cortés consigo mismo…¿Cómo iba a ser amable con los demás si no era capaz de serlo consigo mismo?.

Se desalentó.

¿Cómo iniciar el cambio?

La naturaleza le inspiraba las respuestas y se las presentaba serenamente como aquella madre que espera que su hijo aprenda, poco a poco.

Cambió algunas mecánicas habituales, como la del despertador de feria que le obligaba a saltar de la cama; se empezó a decir frases afectuosas y alentadoras que pegó en el cristal del baño junto a un montón de caras que le sonreían y le decían: ¡buenos días!, ¡interesante mañana! Había también una cara agotada que le sugería: incluso si no has descansado ¿qué te puedes ofrecer y qué acto de amabilidad puedes llevar al mundo?

En el centro del espejo, un hueco; un hueco para verse a sí mismo, ver sus ojos y por supuesto, poderse afeitar.

Tenía cierta dificultad para comunicarse con la gente, así que se soltó con los animales y los saludaba o jugaba con ellos cuando se los encontraba, su lenguaje era más simple.

Se planteó por aquel entonces, si lo que se había dicho de la Torre de Babel, no era precisamente que la creación del lenguaje era lo que daba pie a tanta confusión y malos entendidos, tanta ambigüedad y medias verdades.

Tocaba su armónica en el parque cercano a casa, había decidido ser amable también con aquellos árboles centenarios que la municipalidad había tenido a bien mantener en el centro de la ciudad para proveerlos de un pulmón entre tanto asfalto… y a ellos ¿quien les dedicaba un pensamiento amable?

Imagino que desde entonces su vida ha dado un cambio y sobre todo debe haber coloreado el mundo con esa amabilidad de deseaba ver en él.

Seguramente no sale en las noticias, ni le dan premios con banda y remuneración económica…¿Acaso lo necesita? Quiero pensar que no, y que le fue suficiente soñar que algo era posible, independientemente del parecer de todo y todos aquellos que le rodeaban, creerlo y amarlo profundamente y ahora vive una vida extraordinaria.

¿Nos atrevemos a soñar la nuestra, a creer en ella y amarla siendo coherentes con nuestro sentir?

Este mes inicia la primavera…un nuevo comienzo, aunque todo empezó en la quietud del invierno. ¿Nos atreveremos a soñarnos?

Mientras siento cómo me rodea una atmósfera saturada con el olor de la resina tibia de los pinos en esta mañana de invierno, os deseo una maravillosa vida extraordinaria que os alimente el corazón.

Luz y alegría

Tundra

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ROMA

Cuando leí el escrito que nos envió María Teresa, pensé en que todos tenemos un lugar en el cual se reconforta nuestra alma y al que volvemos para recomponernos cuando nos sentimos frágiles, faltos de energía o simplemente necesitamos un paréntesis. Para algunos será un lugar de vacaciones, para otros aquella cafetería donde se sintieron como en casa, para otros quizás la manta que los arropa cuando sienten frío…y hay tantos tipos de frío…

Es hermoso tener ese lugar que forma parte de nuestro recuerdo y que nos hace sentir seguros, no obstante, os quiero compartir algo y la reflexión que me hice algunos años después por si os puede ser útil.

Hubo un lugar en el que fui muy feliz y al que volvía mentalmente de forma sistemática durante mucho tiempo después, diciendo que había dejado allí parte de mi corazón.

Volví físicamente a ese lugar 10 años después. Aquel lugar, ya no era aquel lugar, había cambiado y yo seguía atrapada a la emoción que me vinculó a él y me pregunté: para qué seguía volviendo allí en mi mente, si aquel lugar era el de hacía 10 años, donde vivió la Tundra de hacía 10 años y habían sucedido cosas hermosas hacía 10 años. Esas “visitas” estaban obstaculizando vivir en el momento en el que estaba y donde estaba perdiéndome lo que sí estaba sucediendo.

Os confesaré que cuando me hago esas preguntas, no puedo obviar respondérmelas y, como no me escucha nadie, cosa que podría llevarme a querer dar una imagen impecable, tengo que ser sincera conmigo misma… y me encuentro con perlas preciosas en mi vida. A veces las siento como bofetones de realidad, pero acaban siendo momentos cruciales en los que no me queda otra que elegir si seguir en lo que ya no es o vivir lo que sí es. Lo que decida será lícito, si esa es mi elección, no obstante…¿me hará feliz cualquiera de ellas?

“Ciudad eterna, mi amor oculto, mi pasión, ROMA.
Creo que todo empezó en ese viaje, ese viaje en familia que no fue para nada tranquilo y placentero, pero en la mente de una niña de 8 años curiosa y sensible, causó estragos.
Fue un viaje en caravana, con unos amigos de mis padres, con hijos adolescentes que me ignoraban, sin malicia alguna pero,¡era lógico!, nada teníamos en común, yo era un incordio.
Vi cosas bonitas, “grandes”, interesantes, imponentes, “antiguas”. Para mí que fueran antiguas era súper importante.
Poder tocar el busto de un César del que no me importaba su nombre, pero sí su historia, poder reseguir con mis manos ignorantes su cara, me hacia estremecer, vibrar.
Lo recuerdo con tanta nitidez, que creo haber vivido un sueño.
¿Cómo podía explicar a mis padres que sentía placer al estar rodeada de tanta historia?.
Que me sentía diferente, privilegiada, afortunada.
Pensar que estaba pisando el suelo, respirando el aire, viendo un atardecer desde una de las siete colinas de Roma, tampoco recuerdo cual, rodeada de jóvenes parejas besándose, ajenas a las miradas indiscretas, me hizo descubrir entre otras cosas, de forma prematura, el placer, el goce, en esa ciudad.
Imaginar que una niña “de hacía 1.000 años”, como yo decía, pudo tener mis mismas sensaciones, mis mismos pensamientos, ver lo que yo estaba viendo, era suficiente para hacerme viajar, fantasear, me sentía feliz y me evadía.
Me evadía del caos, sufrimos un robo, un accidente, sufrimos a mi padre y su carácter.
Pero qué importaba eso, ¡estaba en el país más bonito del mundo! Vimos ciudades fantásticas, Florencia, Venecia, Pisa; visitamos pequeños pueblos tranquilos, vivimos la amabilidad de su gente.
Pero Roma fue única.
La Fontana de Trevi me impactó, tan grande, tan sucia, tan bonita, una pequeña joya escondida entre callejuelas ruidosas y caóticas. Era una fuente mágica; le tirabas una moneda y pedías un deseo, aún recuerdo con exactitud lo que pedí: “tener gemelos y casarme con mi primo”, mi tierno amor de infancia.
Por fortuna, mi moneda nunca llegó a permanecer demasiado tiempo en el agua. Había dos chicos en ropa interior pescando ávidamente las monedas, incluida la mía, que lancé con tanto ímpetu, pasión y fé.

Eso sí me impacto, pensé que esos chicos con sus calzoncillos de color indeterminado, que en algún momento habían sido blancos, su descaro, su simpatía, su delgadez, no se parecían en nada a las figuras masculinas que tenían a sus espaldas, tan bellas, tan rígidas, tan frías.

Sentí cierta lástima por ellos y en ese momento dejé de creer en la magia de la Fontana, pero no en la magia de la ciudad.
Una magia que sigue viva en mi.
En Roma me siento en casa.”

Con el deseo de que todos tengáis una Roma en vuestro interior en la que os podáis sentir como en casa, me despido hasta la próxima ocasión, no sin agradecer antes a María Teresa que haya compartido una experiencia que, sin duda, marcó un antes y un después en su vida y ocupa un lugar especial en su sentir.

Nos volveremos a encontrar el año próximo con la celebración de un nacimiento …pero eso será el próximo año.

Desde aquí utilizo las palabras con las que mi abuelo hacía el brindis en estas fechas: “Siempre como ahora y mejor, lo que Dios quiera”.

Feliz Navidad y una amorosa entrada en el 2023.

Luz y alegría

Tundra

Únicos

Eres único.

¿Cuántas veces nos han dicho esa frase? ¿Cuántas veces la hemos leído? Y ¿cuánto sentido tiene para nosotros en el día a día?

Desde que somos pequeños de una manera u otra, se nos informa de nuestra “exclusividad”; hecho que se refuerza en la escuela, entiendo que con convicción por parte de los maestr@s que puede ver en cada uno aquello que nos hace verdaderamente únicos; esto tiene un momento estrella en la vida y es que cuando vas a hacerte el DNI  te recuerdan que no hay una huella dactilar idéntica a la tuya.

Hay entonces tantas circunstancias que nos informan de ello que deberíamos ser conscientes de lo que implica cada día de nuestra vida y no obstante, nos perdemos en la homogeneidad, en el no querer destacar y confundirnos con el resto olvidando así nuestra propia esencia.

¿Qué es nuestra propia esencia? ¿Qué es aquello que nos hace únicos?

Es cierto que la personas con las que nos relacionamos nos pueden dar idea de aquello que nos hace únicos pero sólo el mirarnos en nuestro propio espejo y escudriñarnos nos permite identificar aquello que sólo nosotros podemos aportar al mundo y que al descubrirlo dibuja una ligera sonrisa en nuestra cara.

Esa identificación de lo que es, no debería estar orientada a incrementar nuestro peso, al fin y al cabo, no somos “especiales” si es que ello tiene la connotación de colocarnos en una posición ventajosa con respecto a los demás. Como dijo en una ocasión una mujer bonita, Carmen, falta en el mundo lo que cada uno de nosotros deja de poner.

Identificar esa unicidad de cada cual, nos lleva a tomar responsabilidad, ¿no os parece?, porque si yo dejo de poner esas flores que se me antoja que faltan en la mesa, por poner un ejemplo, la mesa estará puesta, los comensales comerán, pero el ambiente seguramente no será el mismo, no se propiciaran determinado tipo de conversaciones, no se respirará la misma atmósfera…en definitiva, faltará la pincelada que cada quien da en su propia historia y en la de los otros.

Poner esas flores aporta algo significativo y trascendente, porque de qué está hecha nuestra historia si no de aparentes casualidades (a las que a veces no damos importancia), de pequeños detalles, de olores, de miradas cruzadas al vuelo que nos llevan a escribir nuevos capítulos.

En esta sociedad en las que las tendencias crean clanes, y los clanes nos dan sostén para identificarnos, ¿cuán difícil es sostenerse solo en esa unicidad que se es?

Acaso requiera fortalecer nuestra estructura, nuestra musculatura, nuestros ligamentos dándonos firmeza, que no rigidez.

Si soy distinto, lo fácil es que sea objeto de juicio, por parte de mi mismo y por parte de los que me rodean, un juicio que tiene como referencia un modelo estándar y que parece tener el objetivo de cortarnos a todos por el mismo patrón.

¿No es acaso difícil sostenerse en esa unicidad que soy si mi familia o el entorno me informa constantemente de que salí de la cancha de juego porque no decidí ponerme el traje de chaqueta si no colocarme un manferlan con el que me siento más cómodo o más yo?

¿Cómo lidio con mi propio juicio y con mi necesidad de no estar solo y pertenecer al clan que me sostiene y al que parece que tengo que ser fiel?

Y si soy capaz de sostener eso que me hace único, ¿cómo gestiono la unicidad de mi vecino, de mi compañero de trabajo, esto es, de los otros?

A veces se nos hace difícil incluir en nuestro cuadro las distintas posibilidades que ofrece la vida. Seguramente no nos gustan todas las tendencias gastronómicas, pero ¿podemos aceptarlas y permitir que coexistan con nosotros sin que eso nos suponga una agresión o una invasión de lo que hemos decidido implícitamente llamar “nuestro patio”?

Es interesante observarse en las reacciones que tenemos con respecto a nosotros mismos; fijaos, cuantas veces se nos ocurre alguna cosa y la descartamos simplemente porque no forma parte del elenco de posibilidades que constaba en nuestro libro…un libro escrito por tantos, y en el que pocas veces cogemos nosotros mismos la pluma.

Condicionados por todo aquello que nos rodea, por la tradición, por lo que “debe ser” ¿quién escribe entonces verdaderamente nuestro libro? ¿Nos damos la oportunidad de crear espacios en los que podamos identificar ese perfume que nos es característico y que sólo nosotros podemos traer aquí y ahora (si decidimos hacerlo conscientemente)?

No me refiero solamente a qué hago, qué pienso o qué digo si no a desde dónde lo hago…ummm, eso sí que le da una nota distinta e irrepetible a nuestro vino.

Escribo esto en la estación que nos invita a volver a casa después de haber vivido fuera de ella 24/7 ( 24 horas , los 7 días de la semana) durante el largo verano, un verano este año, que parece no querer abandonarnos, y aun así, el cuerpo nos va diciendo que ya no apetece el helado y que la sandía dejó de estar en el mercado ( metafóricamente hablando… que ahora encontramos de todo en todo momento) y la vida toca a “recogida” una vez más .

Con el deseo de que esta reflexión os acompañe en ese mirarnos cara a cara a nosotros mismos para poder mostrar aquello que nos hace únicos, os dejo hasta la próxima ocasión en la que, os avanzo, nos iremos de viaje de la mano de otra de nuestras lectoras.

Gracias por estar ahí.

Luz y alegría

Tundra

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Los cuentos del agua

Vivía en un pueblecito, un personaje al que todos llamaban abuela María. La abuela María era conocida por todos por que había sido la antigua maestra de la escuela. Acostumbraba a llevar el cabello recogido en un moño y caminaba despacito por que sus piernas no podían hacer grandes esfuerzos, pero si mirabas sus ojos vivos y expresivos, parecía que les quedaba mucho por decir.

Acostumbraba a sentarse en un banco de la plaza mayor, a la sombra si era verano, y al solecito si empezaba a refrescar, y contaba historias a los niños; de hecho, era la mejor explicando cuentos. Sacaba del bolsillo de su delantal cualquier objeto que había recogido: una pinza de la ropa, un imperdible, un botón… y les proponía a los niños que hiciesen una frase bonita con él, continuando ella un relato de lo más inverosímil que alimentaba la imaginación de los niños. Sus cuentos estaban llenos de héroes que defendían la verdad y seres mágicos que, según ella, podían encontrarse en cualquier lugar del pueblo, si se llevaban los ojos bien abiertos. Para eso, para abrir los ojos interiores de aquellos niños, los invitaba a que los cerrasen; decía, que si las ventanas estaban abiertas había demasiadas distracciones y no descubrirían esa manera de mirar especial que ella les proponía.

Un día, al inicio del otoño, en una tarde en la que las hojas de los árboles planeaban suavemente sobre sus cabezas explicó el último cuento que se recuerda de ella.

El relato explicaba la vida de los habitantes de un valle muy bonito entre montañas donde se habían perdido las ganas de jugar y reír.

Los padres y madres de los chicos que allí habitaban tenían mucho trabajo en el campo, y los niños ya no salían a buscar lagartijas, ni ranas, ni sapos, ni explicaban nada cuando se sentaban a la mesa cerca de la chimenea a la hora de cenar.

Los chicos acostumbraban a sentarse en el empedrado que había detrás de la serrería cerca del río y dejaban pasar sin más las horas.

Entre ellos había una niña muy pequeña, a quien nadie prestaba atención. Observó aquella niña algo entre los matojos que se movía, y se acercó.

Se acercó, y pudo ver una niña como ella pero, algo distinta, tenía dos alitas. La niña, inocente como era, le preguntó cómo se llamaba y cuantos años tenía.

Tenía un nombre extraño: Nur, le dijo, y lo que más le sorprendió, parecía que tenía muchiiiiiiisimos años.

Era un hada, algo que no pareció sorprender a la niña y le contó que vivía en el bosquecillo que lindaba con el río.

Para celebrar tan agradable coincidencia, el hada le propuso a la niña ir a jugar juntas, a lo que ella preguntó: ¿qué es jugar?.

El hada abrió los ojos de par en par incrédula y le preguntó: ¿no has jugado al escondite? ¿Ni a sorprender a los animales en el bosque?, ¿No has jugado a ver la forma que tienen las nubes en el cielo?

La niña, sincera, le dijo que los chicos solamente se sentaban en el empedrado y que ella, como se aburría allí, iba a ayudar a mamá que siempre tenía muchas tareas que hacer.

Descubrieron juegos divertidos como jugar con las ranas que les hacían reír al saltar sobre sus barrigas desnudas, o imitaban los gestos de los ratoncillos de bosque.

Cuando volvió a casa a la hora de la cena, tenía mucho que explicar, pero allí todos estaban serios y no se atrevió a decir nada.

Pasaban los días y la niña aprendió a jugar, a reír… pero algo le preocupaba y es que, a parte de su nueva amiga secreta, todos en casa estaban serios y circunspectos.

Al hada aquello le pareció verdaderamente preocupante, así que le dijo que harían magia. Le pidió que llenara una botella de agua en la fuente a la que añadió una de sus alas. La agitó, y le dijo que se la diese a beber a sus amigos.

La niña andaba feliz hacia el empedrado cuando su hermano, en un arrebato, le cogió la botella y se la bebió toda de un suspiro dejándola a ella helada.

En su pensamiento surgió la reprimenda: ¡era para todos, no sólo para ti! …le decía en silencio.

Al volver esa noche a casa, su hermano estaba inusualmente comunicativo y hablaba por los codos. Nadie acertaba a entender qué pasaba salvo ella.

Al día siguiente, como es natural y ante tan espectacular resultado, la niña contó al hada lo sucedido y le pidió más agua…para el resto de los chicos que, al beberla, volvieron a casa transformados.

Tanta magia era difícil no compartirla, así que pidió más: para su madre, para sus tíos, para sus vecinos…

Al hada ya no le quedaban alas, y tardarían mucho en crecerle unas nuevas, así que le propuso disolverse en el agua de la fuente y cada sorbo que bebieran de allí transformaría sus vidas.

La niña no entendió bien lo que significaba disolverse en la fuente, pero convencida de que no perdería a su nueva amiga, accedió a la propuesta.

Nuestra hada salió del bosque y se sumergió en las aguas que alimentaban la fuente y, ¡oh sorpresa! Todo el pueblo empezó a sonreír, a bromear, a hablar mientras comían y a explicar historias alrededor de la chimenea por las noches.

Nadie supo del cambio, sólo la niña que iba cada día a la fuente a dar las gracias a su amiga.

La tarde en que la abuela María explicó este cuento, los niños del pueblo se fueron a casa pensando si en su pueblo habría alguna fuente mágica como la del cuento  de la abuela . Esa noche soñaron con caballeros, aventuras y seres que los mayores decían que no existían.

Durante una semana hizo muy mal tiempo, soplaba el viento, era desagradable estar en la calle y no hubo ocasión de volver a la plaza. Los niños echaban de menos los relatos de la abuela María así que el primer día que el tiempo acompañó, al salir de la escuela, se reunieron todos en la plaza esperando ansiosos otro cuento más.

La abuela María no apareció, de hecho, nunca más se supo nada más de ella. Encontraron su casa ordenada y la puerta abierta …todo un misterio.

Otro misterio alegraría poco después a los niños, pues al hacer obras en la plaza mayor, bajo el banco donde habitualmente se sentaba ella, salió un chorro de agua proveniente de un acuífero que cruzaba la plaza, hecho que fue aprovechado por la municipalidad para colocar una fuente.

A partir de entonces, se corrió la voz y los niños pasaban a buscar agua después del colegio diciendo que era el agua de la abuela María.

Las buenas lenguas dicen que aquellas aguas inspiraban las mentes de los niños, eran creativos y explicaban mil historias a la hora de cenar cuando se encontraban en familia.

Tanta fama llegó a tener la fuente de la plaza que se creó un concurso infantil en honor a la abuela María. Lo llamaron:” Los cuentos del agua”.

Fuese una leyenda o una casualidad, la inspiración había llegado a sus vidas a través de una fuente emblemática para que no se perdieran las sonrisas, los juegos y los relatos.

¿Qué aguas inspiran tu vida? ¿En qué aguas bebes?

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

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Desde mi balcón 4

¿Qué es vivir?

A raíz de una pequeña conversación con una conocida, a quien también le gusta escribir, se coló en mí esta pregunta.

Os trasladaré el hilo conductor de la reflexión con la intención de que compartáis si queréis y tenéis tiempo conmigo y con los que nos puedan leer, qué significa para vosotros vivir.

Veréis, la conversación se inició a raíz de cómo se buscaba el momento creativo. Algunos lo hacen en silencio, ella me decía: Tundra, para escribir, tengo que vivir.

Esa respuesta me hizo preguntarme qué era vivir para mí.

Hay una práctica común en el yoga y en el budismo y seguramente en otras disciplinas que propone centrar la atención en la respiración.

Cuando se práctica, sobre todo al principio, observas cómo tu mente está en todos sitios menos en la respiración, que es el objeto de la práctica, y delante de tal cuadro nos damos cuenta de que la mayoría de las veces nuestra mente está recordando lo que ya pasó o planificando lo que querremos hacer.

La mención de “aquí y ahora” que tan de moda se puso ya hace algunos años, se evidenciaba como algo no tan fácil de conseguir a pesar de la voluntad y la conciencia que se intenta poner al hacer el ejercicio.

La mente utiliza, de motu propio, una cantidad ingente de trucos para llevarnos lejos de donde estamos y captura nuestra atención a través de las emociones, a través de los sentidos. Observarla es espectacular, al igual que ver lo vulnerables que somos a ella.

Así que estamos de cuerpo presente y con la mente ausente.

En el mundo del yoga muchos la han asimilado a un mono, no es por que sí.

Mono

¿No os ha pasado en alguna ocasión que habéis saboreado más una experiencia recordándola o planificándola que en el mismo momento en que ocurrió?

¿Qué pasa entonces cuando está aconteciendo la situación?

En ocasiones me reconozco haciendo ese juego de saltimbanqui en el que una parte de mi cerebro está presente y otra programando que haré más tarde…así que, reconozco que no estoy toda yo allí viviendo lo que pasa y pienso en que hay una parte de mí que se perdió la vivencia, pasó detalles por alto, o interpretó con información parcial una situación porque no estaba del todo allí.

Normalmente no nos damos cuenta de eso porque llevamos una vida cuya velocidad de crucero, a pesar de ser considerada normal, no lo es.

Si soy capaz de darme cuenta y centro mi atención en la respiración, los días de más fortuna no salto hacia atrás y adelante como una pelota de ping pong en la línea del tiempo.

En mi caso, la naturaleza y la armonía que encuentro en la música o la lectura capturan a ese mono saltarín permitiéndome estar presente.

Tumbas

Viene a mi memoria un cuento que leí en algún lugar, en el que se relataba una imagen que tardé en entender, no ya conceptualmente, si no desde el punto de vista del sentir.

Se hablaba de un pueblo en el que había un cementerio donde en cada una de las lápidas constaba el tiempo vivido de los que estaban allí enterrados.

Alguien hicía la reflexión de que en aquel pueblo la gente moría muy joven, y es que, en la lápida, se reflejaba el tiempo que realmente habían vivido.

Cuando caí en la cuenta de la poca presencia real que en ocasiones hay en nuestra vida, siempre yendo y viniendo, corriendo y o yendo a contrarreloj, pensé qué pondría en la mía.

¿Sería quizás una recién nacida? ¿Habría llegado al jardín de infancia?

Desde entonces me esfuerzo, unas veces con más fortuna que otras, a recordarme dónde estoy.

Vivir cada momento, sin tener que revivirlo para saborearlo…difícil tarea con el ágil mono que vive en mí.

Quizás, en algún momento llegue a domesticarlo de forma que siempre pueda estar donde quiera estar. En este caso, ahora, aquí con vosotros.

Y para vosotros ¿qué es vivir?

Luz y alegría

Tundra

 

Fotografia Tundra de San Martin

 

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STARGATE

Se llamaba Pablo y no tenía más que 7 años. Acostumbraba a merendar un sabroso bocadillo de chorizo, o mortadela, o jamón dulce en la cocina, sobre el hule estampado que protegía una mesa que había acompañado muchas conversaciones.

Pablo era un gran oyente. En su casa, lugar por el que pasaban unos y otros con mucha frecuencia por que su madre tenía siempre las puertas abiertas a todo aquel que necesitaba echar un ratito de cháchara, se cocían muchas cosas entre pucheros y mandiles, y él las presenciaba detrás de unas gafas que le permitían ver con más claridad lo que acontecía.

A diferencia de mamá, que era un torbellino inquieto, Pablo acostumbraba a llevar algún libro entre las manos. Sus preferencias eran los libros de aventuras y los tebeos en los que disfrutaba de un mundo de hazañas y peripecias que distaban mucho de su vida cotidiana.

-Niño, sal a jugar a la calle- le decía su madre después de que se hubiese comido el consabido bocadillo y su vaso de leche.

A Pablo, que por su constitución lo del movimiento le costaba un poco, no le nacía motivación suficiente para moverse del sofá o del sillón que había sido del abuelo, y que hacía ya unos años había quedado vacío. Así que mientras mamá centrifugaba por la casa y hablaba cual radio portátil ora con la vecina, ora con alguna visita inesperada, él se refugiaba en sus lecturas creando un paréntesis perfecto después de la jornada escolar.

Una de esas tardes, vino Luís, su vecino, a buscarlo. Les faltaba un jugador para el partido de futbol.

-Anda, vete a jugar con Luisito, hijo- le dijo su madre acompañando sus palabras con un movimiento que lo llevaba hacia la puerta de la casa.

Andromeda

A regañadientes, Pablo acompañó a Luis a un partido que poco le importaba. Jugó, sudó de lo lindo y se enfermó, postrándolo un enfriamiento en cama.

Silencioso como era, estar enfermo y en su habitación suponía estar en la gloria bendita. Tendría tiempo para leer. Su madre sólo lo interrumpiría para llevarle un zumo de naranja, o el antitérmico a la hora indicada, o para preguntarle por lo que le apetecía para comer. El resto de su tiempo era suyo.

En los primeros días en los que la fiebre lo tenía abatido y sintiéndose hervir por dentro pensó en el agua fría, y puso las manos sobre su vientre exactamente sobre el ombligo. Sorprendentemente, sus manos estaban heladas. El frío se coló en su ombligo y eso lo relajó; lo relajó tanto, que cayó en un estado de duerme vela en el que las sensaciones se hicieron tan reales que después no supo si lo que había pasado era cierto o lo había soñado. Mientras el frío relajaba su cuerpo, se sintió colarse a través de su ombligo como el que cae por un tobogán. Cogía velocidad como pasajero en un agujero de gusano de aquellos que salían en los comics y que, después de lo que creyó un suspiro, lo dejó suspendido en medio del universo. Estaba oscuro y al tiempo podía ver las estrellas. Se convirtió en un observador galáctico por unos segundos…unos segundos que fueron interrumpidos por una voz familiar que lo trajo de vuelta. Era su madre.

Estaba aturdido por la visión y la voz de su madre, que perturbaba la digestión de tan espectacular viaje.

Desde aquel día, sus visitas a la biblioteca se incrementaron, buscando imágenes sobre lo que había visto. Descubrió la constelación de Andrómeda, a Pegaso y a Orión en todos aquellos ires y venires buscando información…y empezó a mirar al cielo preguntándose que había allí fuera.

Con sólo 7 años, había hecho un descubrimiento monumental que le permitía desvelar otros mundos…Aquella espiral que se dibujaba en medio de su cuerpo tenía un para qué, igual que los pies le servían para caminar, su ombligo no era sólo un orificio donde se acumulaba la pelusilla del jersey o que limpiar cuando se duchaba, si no que se había convertido en una entrada a algo fascinante.

Agujero de gusano

Lo había conectado con su madre antes de nacer, según le habían enseñado en el colegio, y ahora, por casualidad, le había abierto una puerta al universo.

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

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Desde mi balcón 3

Ese, también puedo ser yo.

Lo vi pasear, con su cuerpo inclinado, la mirada perdida en la profundidad de los panots de la acera, unos pies que a duras penas le acompañaban, cogido del brazo de su cuidadora y, una vez más, pensé: es@ podrías ser tu.

Era un anciano.  Hace quizás unos pocos años, seguramente caminaba erguido y seguro por esas mismas aceras; no necesitaba de un brazo al que agarrase, ni tantos afectos.

¿Os habéis dado cuenta que a medida que nos hacemos mayores hay ciertas cosas que pierden importancia y otras que pasan a ser primordiales? A veces una mirada, un saludo, un ”¡que guapo va hoy!”, puede alimentar más que un jabugo 5J ( Si el que lee este escrito no es español quizás no le sea familiar la expresión:” Un jabugo 5J”; es el mejor jamón que podáis encontrar en el mercado.)

Hubo un tiempo en que la vida me ofreció la oportunidad de tratar con mucha gente, y fue durante un largo período. Aquella fue una buena escuela, aunque no siempre supiera entender para qué.

Creo que a día de hoy voy cogiéndole el hilo a esta suma de casualidades en mi vida.

Cuando alguien entraba por la puerta me decía a mí misma: Tundra, es@ puedes ser tu, y eso me llevaba a entablar una relación muy distinta con aquella persona, por que si esa persona puedo ser yo, debería tratarme con Amor, ¿no?

Pues os confesaré que no siempre acertaba con el brebaje, aunque dicen que la práctica hace al maestro y con el tiempo los ingredientes se redujeron a uno.

Cada una de aquellas personas se acercaba en el estado y en la condición con la que estaba viviendo o lidiando.

Y así, si alguien se nos mostraba víctima de cualquier situación, me preguntaba qué necesitaba yo cuando en ocasiones había estado en esa posición. Lo mismo pasaba si el que venía estaba airado y, me preguntaba qué lo estaba sacando de sus casillas y qué necesitaba para salir de ese enojo. En general, las contestaciones que me daba eran: necesita afecto, comprensión, necesita una mano que le indique que no está solo…, respuestas que me hubiese dado a mí misma si hubiese estado en su lugar, al fin y al cabo, todos podemos pasar por cualquier circunstancia por inverosímil o lejana que nos pueda parecer. ¿Acaso no somos todos humanos?

Debo reconocer que por allí también pasaron personas cuya calidad humana era envidiable y me recordaba la bondad que también todos llevamos dentro y que podemos ofrecer no sólo en circunstancias donde es evidente que se necesita, sino también en aquellas en las que no parece tan necesario.

Aquellos otros eran como un paréntesis, y recuerdo unas miradas serenas y profundas que te conectaban con tu propio ser… o al menos a mí me lo parecía, y esos, también podían ser yo.

Hoy en día, cuando alguien en la calle o en el tren me pide alimento, doy al mendigo que llevo dentro. Si un niño espontáneamente me saluda, le guiño un ojo en señal de complicidad; si veo a alguien taciturno, quizás decido respetar su necesidad de silencio y ofrezco una mirada amable…porqué quizás es@ pueda ser yo.

Después de mucho tiempo, entendí aquella frase que había oído tanto de pequeña : ama al prójimo como a ti mismo.

Os diré que observándome, me descubro en ocasiones, no amándome mucho o, ignorándome o, boicoteándome; por suerte, siempre me cruzo con alguien que me permite reflexionar sobre ello y darle un giro al timón, y ofrecerme y ofrecer a los otros un gesto de afecto.

 

¿Cómo me trato? ¿Cómo trato a aquel otro que se cruza en mi vida?

¿Nos serían útiles esas preguntas para cambiar las cosas? Aunque, pensándolo bien, quizás no tengan que cambiarse y sólo deban observarse, y mirarse desde otro prisma.

Ahí lo dejo por si queréis preguntároslo en alguna ocasión, a lo mejor os sorprenderá la respuesta que La Vida os devuelva.

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

Copyright © Tundra de San Martin tundrasblog.com

Historia de un piano

Erase una vez un piano de cola que vivía en una mansión.

La mansión, gris y un tanto descuidada, había sido abandonada hacía ya algunos años, y tanto la construcción como el jardín que la rodeaba reflejaban la falta de un espíritu que las habitase y les diese vida.

A pesar de sus dimensiones y de su potencial, cuando se pasaba por delante de la verja, un tanto oxidada, que delimitaba el terreno que la rodeaba, pocos se paraban a mirar; llevar los ojos hacia ella era entrar en un estado de letargo y nostalgia pasada que los paseantes instintivamente evitaban.

Si entrabas en la casa, a la izquierda, en medio de un gran salón vacío descubrías un piano. La tapa superior del piano estaba abierta sostenida por un bastidor que parecía informar de que en algún momento había sido tocado y parecía como si súbitamente hubiese quedado huérfano. Sus teclas estaban cubiertas con un fieltro verde, cubierto también de polvo.

Las casas abandonadas tienden a ser invadidas lentamente por otros seres, plantas y animalitos varios que buscan el calor y el recogimiento en el invierno o un lugar seguro donde procrear en primavera, y aquella casa no era distinta.

Descubrieron, por fortuna, unos ratoncillos un recoveco por el que colarse a través de la puerta del jardín. Digo por fortuna, por que la invasión de los ratoncillos supuso un cambio que pocos podrían haber sospechado.

Los espacios que recorrieron aquellos ratoncillos antes de descubrir el piano eran inmensos, pues inmensa era la casa llegando, finalmente, a la sala donde se podía descubrir al instrumento, solemne, de cola, abierto y… lleno de polvo. Ante tan impresionante visión, algunos, temerosos, lo miraban de lejos; no obstante, un par de intrépidos se aventuraron a escalar por él y a pasearse por su superficie. Quizás podrían hacer allí su nido. Por su temperamento inquieto, los ratoncillos, iniciaron un juego en el que se deslizaban, después de coger carrerilla, por la superficie de la tapa que cubría las teclas. En ese juego inocente se precipitó uno de ellos cual bola de nieve que rueda ladera a bajo, sobre el fieltro que las cubría, abriendo la caja de los truenos, pues sonaron un seguido de notas que se oyeron hasta el otro lado del mar.

Inmediatamente, todos se escondieron ante tal estruendo, pero al ver que no pasaba nada, repitieron la experiencia saltando sobre el teclado y descubriendo sonidos armónicos e inarmónicos en ese juego saltarín.

Mientras descubrían los sonidos de todas aquellas notas, iban desempolvando el piano adormecido que se liberaba de un gran peso creando imágenes en el aire que, instantes después, desaparecían.

Un día alguien pasó por delante de la casa, y oyendo el sonido de las teclas del piano abrió la cancela, llena de herrumbre, y entró en ella.

Por supuesto, nuestros tímidos ratoncillos, al oír el chirriar de los goznes de la puerta se escondieron, observado curiosos al intruso que se paseaba por toda la casa.

Como no, llegó a la habitación del piano y allí lo descubrió…lleno de polvo…lleno de polvo, y lleno de señales de patitas por todos lados.

Sorprendido ante el descubrimiento, abrió las ventanas, dejó que la luz ocupara la habitación y se sentó a tocar el piano.

No sonaba mal.

Salió decidido. Esa sería su casa. Habría que ponerla en luz, limpiar, pintar, decorar…un proyecto que abordar con energía, sin prisa, pero sin pausa.

Así que nuestro pianista compró la casa y actualizó cada una de las estancias, así como el precioso jardín que la rodeaba, no sin esfuerzo, pero con ilusión por la visión que lo empujaba.

Reparó las cañerías que inundaron la cocina; sustituyó los cables que se habían quemado y todas las tardes, al ponerse el sol, tocaba el piano entre pinturas y herramientas.

Después de algún tiempo, no pudo creerlo, un día amaneció y se dio cuenta de que, lo importante estaba hecho, así que disfrutó de su música matinal que se armonizaba con el canto de los pájaros que habían ido trasladando sus nidos a su jardín.

Los ratoncillos, encontraron un lugar donde esconder su nido y poder disfrutar de la música que, ahora sí, salía de un piano afinado y vivo.

El propietario nunca los buscó, aunque sabía que estaban en algún lugar; gracias a ellos había descubierto la casa y había llegado hasta el piano.

A veces, la vida, pone ratoncillos en nuestro camino para despertar aquello que está abandonado y precisa ser rescatado.

Y quizás, si les prestamos atención, llegaremos a nuestro piano y abriremos las ventanas de nuestra casa para que la luz la inunde llenándola de música.

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

Copyright © Tundra de San Martin tundrasblog.com

Desde mi balcón 2

Saborear o no saborear, esta es la cuestión. Una oportunidad en la nueva normalidad.

Sabemos que la vida nos ofrece múltiples posibilidades y que depende de nosotros el enfoque y el uso que damos a las mismas. A veces, la vida viste esas posibilidades de formas que nunca hubiésemos imaginado y no sabemos qué hacer con ellas.

Desde mi balcón puedo ver como estos días una gran mayoría de gente pasa por el supermercado en busca de viandas con que surtir una mesa distinta a la habitual y que compartirá con los que quiere; eso me ha llevado a pensar en un acontecimiento que hasta ahora era poco frecuente pero que, a día de hoy, forma parte de esta nueva “normalidad”.

En los últimos tiempos muchos han sido los que han perdido el gusto y el olfato con motivo de este virus que nos acecha en cada esquina y me preguntaba:  en qué podía enriquecer nuestra experiencia de vida la pérdida de dos de nuestros sentidos. Os comparto mis reflexiones.

Sabores y olores

El primer pensamiento que me surge, como quizás a la mayoría, es el de que no podemos disfrutar del sabor de un buen guiso o del agradable olor de un perfume impidiéndonos, por tanto, disfrutar de algunos placeres básicos de nuestra vida y que ocupan gran parte de nuestra energía y tiempo.

Preguntadles a los que han estado o están en esa tesitura cuan valioso les pareció poder recuperarlos después de algún tiempo y poder disfrutar de nuevo de los sabores y de que las comidas dejen de saber a nada.

Ese pensamiento me conducía a un ejercicio de humildad, me explico: en esta vida somos usuarios, esto es, estamos de paso y todo aquello que nos rodea se pone a nuestra disposición para enriquecer nuestra experiencia. Los sentidos no son muy distintos de cualquier otra cosa que tenemos a nuestro alcance, pareciera que viene incorporado de serie, y sólo aquellos a quienes se les imposibilitó el disfrute de alguno de ellos, o tienen a alguien cercano con ese tipo de carencia, pueden calibrar lo que su falta significa y que el resto damos por sentado.

Así que, por un lado, una experiencia así nos permitiría caer en la cuenta de una obviedad que pasamos por alto cada día: todo de lo que dispongo hoy, no necesariamente estará mañana, por lo tanto, estaría bien valorarlo y dar gracias por poder disfrutar de ello

GRACIAS

Otra reflexión a la que me lleva este tipo de “accidente” en nuestra vida es a relativizar la experiencia de nuestra percepción y qué interesante me parece eso, veréis: la realidad nos viene informada prioritariamente a través de nuestros sentidos y con la información que ellos nos aportan nosotros le damos significado a nuestro entorno y tomamos decisiones, algunas básicas y muy importantes como por ejemplo si algo que vamos a ingerir está en buenas condiciones o no.

Si te sumerges en una experiencia así, esto es, pierdes el gusto y el olfato, también te puedes dar cuenta de cuan vulnerables somos estando a merced de unos sentidos que pueden estar alterados, cuya percepción puede ser errónea y que nos pueden llevar a un dibujo de la realidad también sesgado o equivocado, así que pienso: ¿seguro que lo que percibo es lo que es?

El mero hecho de planteárselo creo que te abre innumerables puertas desde las que explorar y que nos sacan de esa certeza en la que en muchas ocasiones vivimos buscando una seguridad inexistente.

Pratyahara

No quiero cerrar esta reflexión sin hacer un último apunte, una última mención: Patanjali, un sabio indio conocido en el mundo del yoga por haber descrito los ocho pasos en el camino hacia la visión del alma (el óctuple sendero del yoga), hablaba del Pratyahara como el estadío en el que se busca neutralizar la información proveniente de los sentidos externos para llevar nuestra atención a lo que sucede en nuestro interior.

De forma muy burda, y quizás por casualidad, pensaba: ¿por qué no aprovechar una ocasión así, en la que parte de nuestra energía no se tiene que dirigir a procesar la información que viene de fuera para dirigir nuestra atención hacia nuestro interior? Podría ser un bonito regalo que nos permitiría reanudar nuestra vida más sabios y porque no,  podría ser el inicio de un descubrimiento: la apertura de la puerta del mundo interior…no obstante, esa es una opción que le corresponde a cada cual.

Con el deseo de que alguna de estas reflexiones nos permita salir de la inercia en la que a veces estamos sumidos, os dejo hasta la próxima ocasión.

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

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