No obstante, hay un matiz que puede ir asociado al entusiasmo que me tiene un tanto inquieta y que os comparto, tiene que ver con la posible intolerancia que mi entusiasmo por algo, pueda suponer respecto de otros que no estén tan entusiasmados, o incluso estén en contra de lo que a mí me ha robado el corazón.
El exceso de entusiasmo, ese ímpetu arrollador lleno de pasión puede rallar la vehemencia, y con ella el poco respeto al que no comulga con nosotros en aquello de lo que estamos ardientemente convencidos o a lo que nos dirigimos. También puede desembocar en cierto desprecio o menosprecio de lo que otros opinen y que es diverso de lo que yo veo con una claridad pasmosa, y entonces, echo el freno de mano y me pregunto si el entusiasmo no debe ser un elixir que debe ser suministrado con cuentagotas para disponer, en su justa medida, de esa motivación y la perseverancia que irá cogida de su mano, y así salvar los obstáculos que aparezcan en el camino, y al tiempo, no ciegue nuestra mente en pos de un objetivo seguramente bondadoso a nuestros ojos.
Os dejo con esta pequeña reflexión y con el deseo de que nada, nunca nos entusiasme tanto que queme nuestro sistema en su ardiente fuego, a no ser que sea para AMAR.
Luz y alegría
Tundra