Miradas

Nos encontramos de nuevo para compartir el relato de una de nuestras lectoras. Gemma nos envía un interesante relato; cuando lo leí, me vino a la mente la difícil comunicación que establecemos los seres humanos entre nosotros. Una comunicación llena de expectativas, de deseos que, a veces, trasladamos a los otros para poder ser felices…y, cuan hermoso y al tiempo cuan difícil es poder aceptar a cada quien en el proceso evolutivo que recorre.

Sólo un ejercicio consciente de atención y aceptación nos permitirá relacionarnos con el otro de una manera sana y enriquecedora para ambos, evitando trampas que tarde o temprano se cobran su pago.

Quizás alguna o alguno se haya sentido en la situación y la posición que describe nuestra lectora. Cada uno puede elegir cómo resolver la frustración de no verse correspondido en lo que necesita…ella eligió amarle de la única manera que él podía entender…adaptó su lenguaje.

“-“¡Mírame! Pero esta vez hazlo con el alma”.- Le dice ella juguetona, cogiéndole de las manos y haciendo un esfuerzo por atraer su mirada hacia sus verdes y vívidos ojos.

Él, atónito por sus palabras e incapaz de mirarla cómo ella demanda, flexiona los hombros y encurva la espalda, escondiéndose tras el muro que había construido para protegerse; quién sabe dónde, quién sabe cuándo, quién sabe por qué…

Ella, furiosa e indignada por sentirse solamente observada por unos ojos rebosantes de deseo por poseer su cuerpo, trata de calmarse inspirando profundamente, hasta caer en el éxtasis que el oxígeno del aire puro le proporciona por un breve instante. Suficiente dosis de paz interior como para abordarle de nuevo en su intento, hasta ahora fallido, de que la viera como Ser Vibrante, no como mujer objeto. Fija sus ojos a los suyos, conectando de nuevo con la esperanza y acariciando con destreza su espesa barba le repite:

-“¡Mírame! Dime ¿qué ves?”.-

Él, inexperto en el olvidado arte del amor, busca activamente en su mente (pero sin éxito) la manera de complacerla. Sabe que debería indagar en su corazón, pero le aterra acceder a ese lugar acorazado y remoto que un día le proporcionó tanta dicha y tanto sufrimiento… Y aún queriendo amarla de la única manera que ahora puede, con el cuerpo del deseo, se percibe atrapado y desbordado, sin saber gestionar la presión generada por su represión emocional en forma de sólido muro, el que le permite mantener la distancia necesaria para no implicarse, pero también el que le impide amarla como sabe que merece.

Ella, percibiendo que él está desmoronándose, sabe que solo tiene dos caminos: seguir insistiendo en su objetivo (el reclamo de un igual ante ella) con lo que conseguiría que el animal herido huya despavorido, dando tumbos de un lado a otro, sin rumbo fijo; o comprender sus limitaciones al gran coste de sentirse madre, pero no pareja.

Así que inhala de nuevo con profundidad, nutriéndose de la fuerza y la frescura del aliento divino y consciente de que el Amor es el significado ultimado de todo lo que nos rodea, le mira dulcemente desabrochándose los botones de la camisa, contorneando sus caderas al ritmo de “Sad eyes” y dejando al descubierto todo su SER al desnudo…

Aun sabiendo que él tan sólo puede ver una nimia parte de todo lo que ella ES, le coge sus manos temblorosas y acercándolas a sus pechos, esta vez le dice con voz seductora:

-“¡Mírame!”-

Aunque en realidad ella piensa:

-“¡Á-ma-me!”…

NOTA: “Sad Eyes” es una preciosa canción de Bruce Sprinsteen que narra el empeño de un hombre por conseguir hacer ver a una mujer que la ama, que él es el hombre que le conviene y que jamás se rendirá porque está convencido de ello.

Hay una frase que pertenece al mundo jurídico pero que se puede extrapolar y que me gustaría traer a colación  que dice: “el que puede lo más, puede lo menos”; o en el mundo de la producción: “hay que ir a la velocidad del eslabón más lento de la cadena productiva”.

No quisiera que cayésemos en la trampa de poner en una posición de superioridad a ese que sabe más, ni al que es más rápido…a mi juicio, tiene que ver con la tolerancia del ritmo y el proceso del otro…si sabes que alguien está en primaria, no le explicas integrales, por que no puede entenderte, lo orgánico seria colaborar en que la comunicación fluyese con ese que en el fondo lleva unas gafas diversas a las nuestras para que no hubiese conflictos, ¿qué sentido tendría?

No os negaré que eso es arduo y difícil, nuestros egos con toda su abanico de recursos hacen acto de presencia y nos dificultan poder sentir y ser compasivo en cada situación.

Os dejo hasta la próxima ocasión, agradeciendo a Gemma su generosa participación y la reflexión que nos deja…¿Cómo adaptaré mi lenguaje para que la comunicación sea amorosa conmigo y con los otros?

Luz y alegría

Tundra

Una vida extraordinaria

Sentía el hormigueo como subía por su pierna izquierda; estaba despierto otra vez.

Hay quienes al despertar maldicen el despertador por cerrar ese paréntesis de suspensión en la nada que nos conduce a iniciar una nueva jornada de acción. No era su caso.

Hubo un tiempo en que quedarse en la cama remoloneando o intentando robar unas horas de sueño más a la jornada diaria era un caramelo goloso. No lo era desde que tomó una decisión. Una decisión inicialmente inconsciente que poco a poco fue tomando cuerpo y personalidad propia para iniciar una vida extraordinaria

¿Qué era acaso iniciar el camino de una vida extraordinaria? ¿Quizás conseguir algún premio renombrado? ¿Acometer alguna hazaña que luego pudiese llenar la columna de un periódico?

No buscaba tanta publicidad ni eco mediático y, su alma anhelaba ver más amabilidad en el mundo. Quizá ese sería su propósito, ser la amabilidad que quería ver en el mundo. ¡Menudo reto!…lo sentía como saborear una jugosa manzana.

Como todos los retos, uno empieza consigo mismo y se preguntó cuan amable era consigo al aterrizar en este mundo cada día, algo simple y sencillo.

Paraos a pensar en qué tipo de sonido utilizamos para despertarnos…si es que todavía utilizamos despertador…¿es un sonido que nos acompaña delicadamente? O por el contrario ¿es una llamada de corneta que se repite en diversos lugares de la casa estratégicamente colocados para garantizar que finalmente salimos de los brazos de Morpheo?

Se preguntó, cuan amable era con su cuerpo al despertar, cuan amable era al alimentarlo y procurarle aquello que le hacía bien, cuan amable era dedicándole un tiempo a escucharlo, a sentirlo, para darle respuesta.

Se dio cuenta de que escuchaba poco y era poco cortés consigo mismo…¿Cómo iba a ser amable con los demás si no era capaz de serlo consigo mismo?.

Se desalentó.

¿Cómo iniciar el cambio?

La naturaleza le inspiraba las respuestas y se las presentaba serenamente como aquella madre que espera que su hijo aprenda, poco a poco.

Cambió algunas mecánicas habituales, como la del despertador de feria que le obligaba a saltar de la cama; se empezó a decir frases afectuosas y alentadoras que pegó en el cristal del baño junto a un montón de caras que le sonreían y le decían: ¡buenos días!, ¡interesante mañana! Había también una cara agotada que le sugería: incluso si no has descansado ¿qué te puedes ofrecer y qué acto de amabilidad puedes llevar al mundo?

En el centro del espejo, un hueco; un hueco para verse a sí mismo, ver sus ojos y por supuesto, poderse afeitar.

Tenía cierta dificultad para comunicarse con la gente, así que se soltó con los animales y los saludaba o jugaba con ellos cuando se los encontraba, su lenguaje era más simple.

Se planteó por aquel entonces, si lo que se había dicho de la Torre de Babel, no era precisamente que la creación del lenguaje era lo que daba pie a tanta confusión y malos entendidos, tanta ambigüedad y medias verdades.

Tocaba su armónica en el parque cercano a casa, había decidido ser amable también con aquellos árboles centenarios que la municipalidad había tenido a bien mantener en el centro de la ciudad para proveerlos de un pulmón entre tanto asfalto… y a ellos ¿quien les dedicaba un pensamiento amable?

Imagino que desde entonces su vida ha dado un cambio y sobre todo debe haber coloreado el mundo con esa amabilidad de deseaba ver en él.

Seguramente no sale en las noticias, ni le dan premios con banda y remuneración económica…¿Acaso lo necesita? Quiero pensar que no, y que le fue suficiente soñar que algo era posible, independientemente del parecer de todo y todos aquellos que le rodeaban, creerlo y amarlo profundamente y ahora vive una vida extraordinaria.

¿Nos atrevemos a soñar la nuestra, a creer en ella y amarla siendo coherentes con nuestro sentir?

Este mes inicia la primavera…un nuevo comienzo, aunque todo empezó en la quietud del invierno. ¿Nos atreveremos a soñarnos?

Mientras siento cómo me rodea una atmósfera saturada con el olor de la resina tibia de los pinos en esta mañana de invierno, os deseo una maravillosa vida extraordinaria que os alimente el corazón.

Luz y alegría

Tundra

Tundra

 

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ROMA

Cuando leí el escrito que nos envió María Teresa, pensé en que todos tenemos un lugar en el cual se reconforta nuestra alma y al que volvemos para recomponernos cuando nos sentimos frágiles, faltos de energía o simplemente necesitamos un paréntesis. Para algunos será un lugar de vacaciones, para otros aquella cafetería donde se sintieron como en casa, para otros quizás la manta que los arropa cuando sienten frío…y hay tantos tipos de frío…

Es hermoso tener ese lugar que forma parte de nuestro recuerdo y que nos hace sentir seguros, no obstante, os quiero compartir algo y la reflexión que me hice algunos años después por si os puede ser útil.

Hubo un lugar en el que fui muy feliz y al que volvía mentalmente de forma sistemática durante mucho tiempo después, diciendo que había dejado allí parte de mi corazón.

Volví físicamente a ese lugar 10 años después. Aquel lugar, ya no era aquel lugar, había cambiado y yo seguía atrapada a la emoción que me vinculó a él y me pregunté: para qué seguía volviendo allí en mi mente, si aquel lugar era el de hacía 10 años, donde vivió la Tundra de hacía 10 años y habían sucedido cosas hermosas hacía 10 años. Esas “visitas” estaban obstaculizando vivir en el momento en el que estaba y donde estaba perdiéndome lo que sí estaba sucediendo.

Os confesaré que cuando me hago esas preguntas, no puedo obviar respondérmelas y, como no me escucha nadie, cosa que podría llevarme a querer dar una imagen impecable, tengo que ser sincera conmigo misma… y me encuentro con perlas preciosas en mi vida. A veces las siento como bofetones de realidad, pero acaban siendo momentos cruciales en los que no me queda otra que elegir si seguir en lo que ya no es o vivir lo que sí es. Lo que decida será lícito, si esa es mi elección, no obstante…¿me hará feliz cualquiera de ellas?

“Ciudad eterna, mi amor oculto, mi pasión, ROMA.
Creo que todo empezó en ese viaje, ese viaje en familia que no fue para nada tranquilo y placentero, pero en la mente de una niña de 8 años curiosa y sensible, causó estragos.
Fue un viaje en caravana, con unos amigos de mis padres, con hijos adolescentes que me ignoraban, sin malicia alguna pero,¡era lógico!, nada teníamos en común, yo era un incordio.
Vi cosas bonitas, “grandes”, interesantes, imponentes, “antiguas”. Para mí que fueran antiguas era súper importante.
Poder tocar el busto de un César del que no me importaba su nombre, pero sí su historia, poder reseguir con mis manos ignorantes su cara, me hacia estremecer, vibrar.
Lo recuerdo con tanta nitidez, que creo haber vivido un sueño.
¿Cómo podía explicar a mis padres que sentía placer al estar rodeada de tanta historia?.
Que me sentía diferente, privilegiada, afortunada.
Pensar que estaba pisando el suelo, respirando el aire, viendo un atardecer desde una de las siete colinas de Roma, tampoco recuerdo cual, rodeada de jóvenes parejas besándose, ajenas a las miradas indiscretas, me hizo descubrir entre otras cosas, de forma prematura, el placer, el goce, en esa ciudad.
Imaginar que una niña “de hacía 1.000 años”, como yo decía, pudo tener mis mismas sensaciones, mis mismos pensamientos, ver lo que yo estaba viendo, era suficiente para hacerme viajar, fantasear, me sentía feliz y me evadía.
Me evadía del caos, sufrimos un robo, un accidente, sufrimos a mi padre y su carácter.
Pero qué importaba eso, ¡estaba en el país más bonito del mundo! Vimos ciudades fantásticas, Florencia, Venecia, Pisa; visitamos pequeños pueblos tranquilos, vivimos la amabilidad de su gente.
Pero Roma fue única.
La Fontana de Trevi me impactó, tan grande, tan sucia, tan bonita, una pequeña joya escondida entre callejuelas ruidosas y caóticas. Era una fuente mágica; le tirabas una moneda y pedías un deseo, aún recuerdo con exactitud lo que pedí: “tener gemelos y casarme con mi primo”, mi tierno amor de infancia.
Por fortuna, mi moneda nunca llegó a permanecer demasiado tiempo en el agua. Había dos chicos en ropa interior pescando ávidamente las monedas, incluida la mía, que lancé con tanto ímpetu, pasión y fé.

Eso sí me impacto, pensé que esos chicos con sus calzoncillos de color indeterminado, que en algún momento habían sido blancos, su descaro, su simpatía, su delgadez, no se parecían en nada a las figuras masculinas que tenían a sus espaldas, tan bellas, tan rígidas, tan frías.

Sentí cierta lástima por ellos y en ese momento dejé de creer en la magia de la Fontana, pero no en la magia de la ciudad.
Una magia que sigue viva en mi.
En Roma me siento en casa.”

Con el deseo de que todos tengáis una Roma en vuestro interior en la que os podáis sentir como en casa, me despido hasta la próxima ocasión, no sin agradecer antes a María Teresa que haya compartido una experiencia que, sin duda, marcó un antes y un después en su vida y ocupa un lugar especial en su sentir.

Nos volveremos a encontrar el año próximo con la celebración de un nacimiento …pero eso será el próximo año.

Desde aquí utilizo las palabras con las que mi abuelo hacía el brindis en estas fechas: “Siempre como ahora y mejor, lo que Dios quiera”.

Feliz Navidad y una amorosa entrada en el 2023.

Luz y alegría

Tundra

Únicos

Eres único.

¿Cuántas veces nos han dicho esa frase? ¿Cuántas veces la hemos leído? Y ¿cuánto sentido tiene para nosotros en el día a día?

Desde que somos pequeños de una manera u otra, se nos informa de nuestra “exclusividad”; hecho que se refuerza en la escuela, entiendo que con convicción por parte de los maestr@s que puede ver en cada uno aquello que nos hace verdaderamente únicos; esto tiene un momento estrella en la vida y es que cuando vas a hacerte el DNI  te recuerdan que no hay una huella dactilar idéntica a la tuya.

Hay entonces tantas circunstancias que nos informan de ello que deberíamos ser conscientes de lo que implica cada día de nuestra vida y no obstante, nos perdemos en la homogeneidad, en el no querer destacar y confundirnos con el resto olvidando así nuestra propia esencia.

¿Qué es nuestra propia esencia? ¿Qué es aquello que nos hace únicos?

Es cierto que la personas con las que nos relacionamos nos pueden dar idea de aquello que nos hace únicos pero sólo el mirarnos en nuestro propio espejo y escudriñarnos nos permite identificar aquello que sólo nosotros podemos aportar al mundo y que al descubrirlo dibuja una ligera sonrisa en nuestra cara.

Esa identificación de lo que es, no debería estar orientada a incrementar nuestro peso, al fin y al cabo, no somos “especiales” si es que ello tiene la connotación de colocarnos en una posición ventajosa con respecto a los demás. Como dijo en una ocasión una mujer bonita, Carmen, falta en el mundo lo que cada uno de nosotros deja de poner.

Identificar esa unicidad de cada cual, nos lleva a tomar responsabilidad, ¿no os parece?, porque si yo dejo de poner esas flores que se me antoja que faltan en la mesa, por poner un ejemplo, la mesa estará puesta, los comensales comerán, pero el ambiente seguramente no será el mismo, no se propiciaran determinado tipo de conversaciones, no se respirará la misma atmósfera…en definitiva, faltará la pincelada que cada quien da en su propia historia y en la de los otros.

Poner esas flores aporta algo significativo y trascendente, porque de qué está hecha nuestra historia si no de aparentes casualidades (a las que a veces no damos importancia), de pequeños detalles, de olores, de miradas cruzadas al vuelo que nos llevan a escribir nuevos capítulos.

En esta sociedad en las que las tendencias crean clanes, y los clanes nos dan sostén para identificarnos, ¿cuán difícil es sostenerse solo en esa unicidad que se es?

Acaso requiera fortalecer nuestra estructura, nuestra musculatura, nuestros ligamentos dándonos firmeza, que no rigidez.

Si soy distinto, lo fácil es que sea objeto de juicio, por parte de mi mismo y por parte de los que me rodean, un juicio que tiene como referencia un modelo estándar y que parece tener el objetivo de cortarnos a todos por el mismo patrón.

¿No es acaso difícil sostenerse en esa unicidad que soy si mi familia o el entorno me informa constantemente de que salí de la cancha de juego porque no decidí ponerme el traje de chaqueta si no colocarme un manferlan con el que me siento más cómodo o más yo?

¿Cómo lidio con mi propio juicio y con mi necesidad de no estar solo y pertenecer al clan que me sostiene y al que parece que tengo que ser fiel?

Y si soy capaz de sostener eso que me hace único, ¿cómo gestiono la unicidad de mi vecino, de mi compañero de trabajo, esto es, de los otros?

A veces se nos hace difícil incluir en nuestro cuadro las distintas posibilidades que ofrece la vida. Seguramente no nos gustan todas las tendencias gastronómicas, pero ¿podemos aceptarlas y permitir que coexistan con nosotros sin que eso nos suponga una agresión o una invasión de lo que hemos decidido implícitamente llamar “nuestro patio”?

Es interesante observarse en las reacciones que tenemos con respecto a nosotros mismos; fijaos, cuantas veces se nos ocurre alguna cosa y la descartamos simplemente porque no forma parte del elenco de posibilidades que constaba en nuestro libro…un libro escrito por tantos, y en el que pocas veces cogemos nosotros mismos la pluma.

Condicionados por todo aquello que nos rodea, por la tradición, por lo que “debe ser” ¿quién escribe entonces verdaderamente nuestro libro? ¿Nos damos la oportunidad de crear espacios en los que podamos identificar ese perfume que nos es característico y que sólo nosotros podemos traer aquí y ahora (si decidimos hacerlo conscientemente)?

No me refiero solamente a qué hago, qué pienso o qué digo si no a desde dónde lo hago…ummm, eso sí que le da una nota distinta e irrepetible a nuestro vino.

Escribo esto en la estación que nos invita a volver a casa después de haber vivido fuera de ella 24/7 ( 24 horas , los 7 días de la semana) durante el largo verano, un verano este año, que parece no querer abandonarnos, y aun así, el cuerpo nos va diciendo que ya no apetece el helado y que la sandía dejó de estar en el mercado ( metafóricamente hablando… que ahora encontramos de todo en todo momento) y la vida toca a “recogida” una vez más .

Con el deseo de que esta reflexión os acompañe en ese mirarnos cara a cara a nosotros mismos para poder mostrar aquello que nos hace únicos, os dejo hasta la próxima ocasión en la que, os avanzo, nos iremos de viaje de la mano de otra de nuestras lectoras.

Gracias por estar ahí.

Luz y alegría

Tundra

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AMAPOLAS EN EL CAMINO -1

Llegó el mes de septiembre y con él, los inicios de un nuevo ciclo.

La vuelta al cole da el pistoletazo de salida a esos proyectos que se iniciaron en nuestras mentes en primavera y empezaron a ver la luz a principios de verano para que, madurados bajo el calor y el sol de estos meses, empiecen a mostrarse ahora.

Os propuse que compartiésemos espacio para enriquecer, con las experiencias de algunos de vosotros, aprendizajes, vivencias y sentires… porque cuántas veces hemos creído que algo que nos ha pasado o hemos sentido es único y, al compartirlo, surgen otros que responden: ¡a mí también me pasó!

En ocasiones, compartir las experiencias nos permite quitarle hierro, otras encontramos  soluciones conjuntas u opciones que otros encontraron y nosotros no vemos…En fin, que en mi opinión, compartir según qué cuestiones vividas en silencio y  que pertenecen a la esfera de lo íntimo  es generar un sostén, a veces inconscientemente percibido por quien pasa por una circunstancia parecida a la descrita… y ya no estás solo en tu experiencia, porque hay alguien que puso negro sobre blanco a aquello que tú estás viviendo.

Bien, pues con esa pretensión os sugerí: Amapolas en el camino.

La amapola tiene una connotación especial en mi vida. Es una flor que llama la atención creciendo entre los trigales y al tiempo es delicada y frágil. Vuestros escritos, a mi parecer, serán como esas amapolas: para algunos serán un mensaje que les recuerde que no están sol@s en su experiencia…y es que ¡otros pasaron por ahí!, y al tiempo son delicados y deben cuidarse como tales, porque ellos  son el reflejo de los sentires que sustentan nuestras relaciones y los que conforman nuestro álbum y la memoria de nuestra vida colmada de experiencias.

Ante todo, quiero agradecer a todos aquell@s que me habéis enviado algún texto, vuestro tiempo y apertura.

Para iniciar este nuevo año lectivo, os diré, cómo me sentí yo hace unos días.

Os lo explico breve, que estamos todos acelerados reubicándonos en nuestros sitios para afrontar una vuelta más  lo conocido: nuestro horario de trabajo, el gimnasio, las actividades extras programadas… aunque sé que hay algunos que decidisteis cambiar un poco todo eso.

Hace tiempo que toco mi caracola y hace unos pocos días, mientras la tocaba tenía la sensación de que llamaba a todas las Tundras que he ido dejando desperdigadas por ahí éste último tiempo: a la que le chifla bañarse y se quedó en la playa de la infancia, a la que salió a explorar varios fines de semana entornos desconocidos, a la que leía bajo los árboles o  a la que compartía abanico en estas tórridas noches de verano; las llamaba como el maestro  llama a los niños en el patio de la escuela para entrar en clase. Fue una sensación extraña y al mismo tiempo la constatación y la necesidad de estar toda yo en lo que estoy emprendiendo.

Será que como llega el otoño y la luz va disminuyendo mi Ser, empieza a preparase para lo que llega y empieza a poner orden.

Os propongo que aquello que surgió en mí al azar, lo hagáis vosotros conscientemente… Llamad a todos vuestros yoes para encontraros en otoño en el mismo lugar, allí donde estés, y desde ahí, emprender un nuevo viaje.

Nos volvemos a encontrar el mes que viene con uno de esos textos preciosos que comparten… mientras tanto, ordenemos nuestro entorno y a nosotros mismos…el viaje está a punto de empezar.

Luz y alegría

Tundra

Tundra

 

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Desde mi balcón 4

¿Qué es vivir?

A raíz de una pequeña conversación con una conocida, a quien también le gusta escribir, se coló en mí esta pregunta.

Os trasladaré el hilo conductor de la reflexión con la intención de que compartáis si queréis y tenéis tiempo conmigo y con los que nos puedan leer, qué significa para vosotros vivir.

Veréis, la conversación se inició a raíz de cómo se buscaba el momento creativo. Algunos lo hacen en silencio, ella me decía: Tundra, para escribir, tengo que vivir.

Esa respuesta me hizo preguntarme qué era vivir para mí.

Hay una práctica común en el yoga y en el budismo y seguramente en otras disciplinas que propone centrar la atención en la respiración.

Cuando se práctica, sobre todo al principio, observas cómo tu mente está en todos sitios menos en la respiración, que es el objeto de la práctica, y delante de tal cuadro nos damos cuenta de que la mayoría de las veces nuestra mente está recordando lo que ya pasó o planificando lo que querremos hacer.

La mención de “aquí y ahora” que tan de moda se puso ya hace algunos años, se evidenciaba como algo no tan fácil de conseguir a pesar de la voluntad y la conciencia que se intenta poner al hacer el ejercicio.

La mente utiliza, de motu propio, una cantidad ingente de trucos para llevarnos lejos de donde estamos y captura nuestra atención a través de las emociones, a través de los sentidos. Observarla es espectacular, al igual que ver lo vulnerables que somos a ella.

Así que estamos de cuerpo presente y con la mente ausente.

En el mundo del yoga muchos la han asimilado a un mono, no es por que sí.

Mono

¿No os ha pasado en alguna ocasión que habéis saboreado más una experiencia recordándola o planificándola que en el mismo momento en que ocurrió?

¿Qué pasa entonces cuando está aconteciendo la situación?

En ocasiones me reconozco haciendo ese juego de saltimbanqui en el que una parte de mi cerebro está presente y otra programando que haré más tarde…así que, reconozco que no estoy toda yo allí viviendo lo que pasa y pienso en que hay una parte de mí que se perdió la vivencia, pasó detalles por alto, o interpretó con información parcial una situación porque no estaba del todo allí.

Normalmente no nos damos cuenta de eso porque llevamos una vida cuya velocidad de crucero, a pesar de ser considerada normal, no lo es.

Si soy capaz de darme cuenta y centro mi atención en la respiración, los días de más fortuna no salto hacia atrás y adelante como una pelota de ping pong en la línea del tiempo.

En mi caso, la naturaleza y la armonía que encuentro en la música o la lectura capturan a ese mono saltarín permitiéndome estar presente.

Tumbas

Viene a mi memoria un cuento que leí en algún lugar, en el que se relataba una imagen que tardé en entender, no ya conceptualmente, si no desde el punto de vista del sentir.

Se hablaba de un pueblo en el que había un cementerio donde en cada una de las lápidas constaba el tiempo vivido de los que estaban allí enterrados.

Alguien hicía la reflexión de que en aquel pueblo la gente moría muy joven, y es que, en la lápida, se reflejaba el tiempo que realmente habían vivido.

Cuando caí en la cuenta de la poca presencia real que en ocasiones hay en nuestra vida, siempre yendo y viniendo, corriendo y o yendo a contrarreloj, pensé qué pondría en la mía.

¿Sería quizás una recién nacida? ¿Habría llegado al jardín de infancia?

Desde entonces me esfuerzo, unas veces con más fortuna que otras, a recordarme dónde estoy.

Vivir cada momento, sin tener que revivirlo para saborearlo…difícil tarea con el ágil mono que vive en mí.

Quizás, en algún momento llegue a domesticarlo de forma que siempre pueda estar donde quiera estar. En este caso, ahora, aquí con vosotros.

Y para vosotros ¿qué es vivir?

Luz y alegría

Tundra

 

Fotografia Tundra de San Martin

 

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Desde mi balcón 3

Ese, también puedo ser yo.

Lo vi pasear, con su cuerpo inclinado, la mirada perdida en la profundidad de los panots de la acera, unos pies que a duras penas le acompañaban, cogido del brazo de su cuidadora y, una vez más, pensé: es@ podrías ser tu.

Era un anciano.  Hace quizás unos pocos años, seguramente caminaba erguido y seguro por esas mismas aceras; no necesitaba de un brazo al que agarrase, ni tantos afectos.

¿Os habéis dado cuenta que a medida que nos hacemos mayores hay ciertas cosas que pierden importancia y otras que pasan a ser primordiales? A veces una mirada, un saludo, un ”¡que guapo va hoy!”, puede alimentar más que un jabugo 5J ( Si el que lee este escrito no es español quizás no le sea familiar la expresión:” Un jabugo 5J”; es el mejor jamón que podáis encontrar en el mercado.)

Hubo un tiempo en que la vida me ofreció la oportunidad de tratar con mucha gente, y fue durante un largo período. Aquella fue una buena escuela, aunque no siempre supiera entender para qué.

Creo que a día de hoy voy cogiéndole el hilo a esta suma de casualidades en mi vida.

Cuando alguien entraba por la puerta me decía a mí misma: Tundra, es@ puedes ser tu, y eso me llevaba a entablar una relación muy distinta con aquella persona, por que si esa persona puedo ser yo, debería tratarme con Amor, ¿no?

Pues os confesaré que no siempre acertaba con el brebaje, aunque dicen que la práctica hace al maestro y con el tiempo los ingredientes se redujeron a uno.

Cada una de aquellas personas se acercaba en el estado y en la condición con la que estaba viviendo o lidiando.

Y así, si alguien se nos mostraba víctima de cualquier situación, me preguntaba qué necesitaba yo cuando en ocasiones había estado en esa posición. Lo mismo pasaba si el que venía estaba airado y, me preguntaba qué lo estaba sacando de sus casillas y qué necesitaba para salir de ese enojo. En general, las contestaciones que me daba eran: necesita afecto, comprensión, necesita una mano que le indique que no está solo…, respuestas que me hubiese dado a mí misma si hubiese estado en su lugar, al fin y al cabo, todos podemos pasar por cualquier circunstancia por inverosímil o lejana que nos pueda parecer. ¿Acaso no somos todos humanos?

Debo reconocer que por allí también pasaron personas cuya calidad humana era envidiable y me recordaba la bondad que también todos llevamos dentro y que podemos ofrecer no sólo en circunstancias donde es evidente que se necesita, sino también en aquellas en las que no parece tan necesario.

Aquellos otros eran como un paréntesis, y recuerdo unas miradas serenas y profundas que te conectaban con tu propio ser… o al menos a mí me lo parecía, y esos, también podían ser yo.

Hoy en día, cuando alguien en la calle o en el tren me pide alimento, doy al mendigo que llevo dentro. Si un niño espontáneamente me saluda, le guiño un ojo en señal de complicidad; si veo a alguien taciturno, quizás decido respetar su necesidad de silencio y ofrezco una mirada amable…porqué quizás es@ pueda ser yo.

Después de mucho tiempo, entendí aquella frase que había oído tanto de pequeña : ama al prójimo como a ti mismo.

Os diré que observándome, me descubro en ocasiones, no amándome mucho o, ignorándome o, boicoteándome; por suerte, siempre me cruzo con alguien que me permite reflexionar sobre ello y darle un giro al timón, y ofrecerme y ofrecer a los otros un gesto de afecto.

 

¿Cómo me trato? ¿Cómo trato a aquel otro que se cruza en mi vida?

¿Nos serían útiles esas preguntas para cambiar las cosas? Aunque, pensándolo bien, quizás no tengan que cambiarse y sólo deban observarse, y mirarse desde otro prisma.

Ahí lo dejo por si queréis preguntároslo en alguna ocasión, a lo mejor os sorprenderá la respuesta que La Vida os devuelva.

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

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Desde mi balcón 2

Saborear o no saborear, esta es la cuestión. Una oportunidad en la nueva normalidad.

Sabemos que la vida nos ofrece múltiples posibilidades y que depende de nosotros el enfoque y el uso que damos a las mismas. A veces, la vida viste esas posibilidades de formas que nunca hubiésemos imaginado y no sabemos qué hacer con ellas.

Desde mi balcón puedo ver como estos días una gran mayoría de gente pasa por el supermercado en busca de viandas con que surtir una mesa distinta a la habitual y que compartirá con los que quiere; eso me ha llevado a pensar en un acontecimiento que hasta ahora era poco frecuente pero que, a día de hoy, forma parte de esta nueva “normalidad”.

En los últimos tiempos muchos han sido los que han perdido el gusto y el olfato con motivo de este virus que nos acecha en cada esquina y me preguntaba:  en qué podía enriquecer nuestra experiencia de vida la pérdida de dos de nuestros sentidos. Os comparto mis reflexiones.

Sabores y olores

El primer pensamiento que me surge, como quizás a la mayoría, es el de que no podemos disfrutar del sabor de un buen guiso o del agradable olor de un perfume impidiéndonos, por tanto, disfrutar de algunos placeres básicos de nuestra vida y que ocupan gran parte de nuestra energía y tiempo.

Preguntadles a los que han estado o están en esa tesitura cuan valioso les pareció poder recuperarlos después de algún tiempo y poder disfrutar de nuevo de los sabores y de que las comidas dejen de saber a nada.

Ese pensamiento me conducía a un ejercicio de humildad, me explico: en esta vida somos usuarios, esto es, estamos de paso y todo aquello que nos rodea se pone a nuestra disposición para enriquecer nuestra experiencia. Los sentidos no son muy distintos de cualquier otra cosa que tenemos a nuestro alcance, pareciera que viene incorporado de serie, y sólo aquellos a quienes se les imposibilitó el disfrute de alguno de ellos, o tienen a alguien cercano con ese tipo de carencia, pueden calibrar lo que su falta significa y que el resto damos por sentado.

Así que, por un lado, una experiencia así nos permitiría caer en la cuenta de una obviedad que pasamos por alto cada día: todo de lo que dispongo hoy, no necesariamente estará mañana, por lo tanto, estaría bien valorarlo y dar gracias por poder disfrutar de ello

GRACIAS

Otra reflexión a la que me lleva este tipo de “accidente” en nuestra vida es a relativizar la experiencia de nuestra percepción y qué interesante me parece eso, veréis: la realidad nos viene informada prioritariamente a través de nuestros sentidos y con la información que ellos nos aportan nosotros le damos significado a nuestro entorno y tomamos decisiones, algunas básicas y muy importantes como por ejemplo si algo que vamos a ingerir está en buenas condiciones o no.

Si te sumerges en una experiencia así, esto es, pierdes el gusto y el olfato, también te puedes dar cuenta de cuan vulnerables somos estando a merced de unos sentidos que pueden estar alterados, cuya percepción puede ser errónea y que nos pueden llevar a un dibujo de la realidad también sesgado o equivocado, así que pienso: ¿seguro que lo que percibo es lo que es?

El mero hecho de planteárselo creo que te abre innumerables puertas desde las que explorar y que nos sacan de esa certeza en la que en muchas ocasiones vivimos buscando una seguridad inexistente.

Pratyahara

No quiero cerrar esta reflexión sin hacer un último apunte, una última mención: Patanjali, un sabio indio conocido en el mundo del yoga por haber descrito los ocho pasos en el camino hacia la visión del alma (el óctuple sendero del yoga), hablaba del Pratyahara como el estadío en el que se busca neutralizar la información proveniente de los sentidos externos para llevar nuestra atención a lo que sucede en nuestro interior.

De forma muy burda, y quizás por casualidad, pensaba: ¿por qué no aprovechar una ocasión así, en la que parte de nuestra energía no se tiene que dirigir a procesar la información que viene de fuera para dirigir nuestra atención hacia nuestro interior? Podría ser un bonito regalo que nos permitiría reanudar nuestra vida más sabios y porque no,  podría ser el inicio de un descubrimiento: la apertura de la puerta del mundo interior…no obstante, esa es una opción que le corresponde a cada cual.

Con el deseo de que alguna de estas reflexiones nos permita salir de la inercia en la que a veces estamos sumidos, os dejo hasta la próxima ocasión.

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

Copyright © Tundra de San Martin tundrasblog.com

Desde mi balcón_1

He pensado en compartiros algunos descubrimientos o reflexiones que alternaré con los cuentos, como el que ya os hice llegar el mes pasado.

Las reflexiones, las haré desde mi balcón, otra metáfora … aunque en esta ocasión sea un trampolín real. Con el deseo de que nos sean útiles.

Inspiración

Soy especialmente sensible al ruido. Disfruto paseando por la naturaleza sola y a poder ser en aquellas horas en las que sé que no encontraré a nadie. Me deleito escuchando el murmullo de las ramas de los árboles en su vaivén; escuchando a los pájaros que, de vez en cuando, ponen su nota de color a un cuadro sereno, o el crujir de los arbustos que me informan de que no estoy sola.

Me diréis: Tundra, gracias por la descripción, pero, y esto ¿en qué me puede interesar a mí, a parte de conocerte mejor, si es que eso puede ser interesante?

Os quiero compartir algo que descubrí y que me ha sido útil en los últimos tiempos con el único deseo de que, a lo mejor, quizás, también os pueda ser útil a vosotros.

Desde mi balcón, y no vivo a pie de calle, puedo oír un montón de cosas: los coches que pasan con la música a todo volumen en un intento de compartir composiciones que nada tienen que ver conmigo (o no tenían…luego te explicaré por qué), las conversaciones que tiene la gente (si supieran de lo que se entera uno…quizás hablarían más bajito). Lo cierto es, que tengo tendencia a sentir todo eso que escucho como una molestia innecesaria en mi vida diaria.

La primera reacción es contener, es como hacer que no escucho, pero paralelamente, hay una parte de mí que representaría físicamente como una vasija que empieza a llenarse. En ocasiones me distraigo por el camino, como el perro que encuentra otro hueso más interesante y abandona el que tenía en la boca, y esa vasija no llega a llenarse, pero en otras, la vasija llega a colmarse y de repente se convierte en un pequeño incendio que sube desde las entrañas, pasa por el pecho y llega hasta mi cabeza donde algún sicario surge de la oscuridad y saca la recortada con intención de eliminar de la faz de la tierra aquello que me está perturbando. De hecho, cuando eso pasa, y debo reconocer que pasa con más frecuencia de la que me gustaría, mi mente idea las mil y una buscando soluciones drásticas a la situación. Soluciones como:

  • ¿y si les tiro un cubo de agua?
  • Me quejaré al ayuntamiento…
  • Pondré carteles en los balcones con mensajes como: respeta el silencio nocturno.

… En fin, todo eso, como podéis imaginar, no sale de mí con un color suave y ligero, sale más bien con un tono rojo Ferrari que hace que me hierva la sangre y, como me crea mucha desazón interior, la calmo poniéndome el calzado deportivo y saliendo a la naturaleza que, gracias al universo, queda muy cerca de casa. Inicio mi caminar como un cohete en busca de la ingravidez para quedar suspendida en el silencio de nuevo y, el rojo Ferrari pasa a rosa, luego se clarea, la energía va mermando y finalmente me siento en una piedra y pienso ¿qué le pasa a este mundo? Menuda locura de sociedad…y, aquí viene lo que descubrí.

Ferrari rojo

Hubo un día, ese día, en que llegó a mí una idea peregrina. No sé de dónde salió, pero se coló en mi mente igual que se colaba toda aquella información que percibía y le di las gracias y sonreí.

Seguro que no os sorprende si os describo un anochecer en el que decidís poneros a meditar, por que lo habeis incorporado como hábito. Forma parte de las vidas de muchos y a veces, sobre todo al principio, uno se pregunta: ¿sirve para algo? Os lo aseguro, sirve, así que, si lo habéis incorporado a vuestra vida, no lo dejéis por mucho que en ocasiones os cueste poneros, sólo 5 minutos…a veces esos 5 minutos pueden cambiar vuestra vida.

Pues bien, estaba yo en ese contexto, todo muy zen, cuando empecé a oír como hablaban voz en grito, o al menos así lo sentía yo, algunas personas que estaban en una terraza cerca de casa. Eran las diez de la noche. Mi caldero empezaba a calentarse. Oía las conversaciones, palabra por palabra y, parecía que el cincel y el martillo iban golpeándolas en mi interior. Lo primero que surgió era: ¿no los espera nadie en casa?, parece como si fuesen las 12 del medio día en un mercado callejero.

Lo siguiente era culpar a alguien por permitir tener los locales abiertos hasta tan tarde.

Como podéis sentir, y si no os lo digo yo, estaba en la autopista cargando el Ferrari para decirles (eso sí internamente, por que me “educaron muy bien”) de todo menos bonito cuando se coló la idea peregrina: todo ese ruido que oyes fuera es el ruido que hay en tu mente; y el mensaje seguía: si te callas (mentalmente) se callarán ellos también.

Flor

La llegada de este pensamiento lo primero que hizo en mí fue parar la carrera en la que estaba entrando con mi Ferrari rojo, por que ipso facto me dije: ¡venga va! Y después se incorporó el juego…¿Hago la prueba y me “callo”?  Eso procuré, y como si el universo constatara aquella brizna que se había colado en mí, las voces que me estaban molestando se callaron o al menos, yo ya no las oía.

¿Os lo podéis imaginar? El siguiente pensamiento fue: ¡qué casualidad! y volví a escucharlos, en esta ocasión algo más bajito y, decidí seguir jugando, como los niños cuando se pasan el rato junto al interruptor encendiendo y apagando una luz como si fruto de esa repetición fuesen a descubrir por qué mágico mecanismo se ilumina la habitación.

Y funcionó, en cada ocasión.

Creo que al cabo de un rato se fueron, ya no presté más atención. Después de tantos años de leer sobre todas esas cosas llegaba a mi una experiencia muy útil. Sabéis aquello de:” no expliques cómo es una manzana a alguien que nunca la probó, dásela a comer y las palabras sobrarán”, pues así me sentí yo.

Lo cierto es que, desde entonces, no os engañaré, sigo oyendo las conversaciones, sigo oyendo los ruidos, y quizás me queje por ello, pero cada vez que el Ferrari arranca, recuerdo aquella idea peregrina que me visitó diciéndome: ¿Cuál es tu ruido mental?

Y te pregunto:

¿Tu también tienes un flamante Ferrari? ¿Dónde lo tienes aparcado : en tu mente, en tu estómago, en tu hígado? ¿Es gasolina o diésel? ¿Sabes por qué y cuando arranca?

Ahí lo dejo… Me despido hasta la próxima ocasión deseándoos luz y alegría en vuestro camino.

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

 

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Yo soy vaca; ella ardilla; tu mono

En cualquier país del mundo podemos encontrarnos con una familia tan singular como la que os presentaré. Os preguntareis por qué la califico de singular; pues bien, os daré una pista: nunca se habían mirado en las aguas del río. Lo comprenderéis más adelante, si no lo habéis adivinado ya.

Después de conocerlos, mi vida cambió. Quizás también cambie la vuestra.

Empezaré esta historia presentándoos a los miembros que componen esta familia.

Uno de ellos era una vaca. Como vaca que era, era un animal grande, lento, no parecía tener grandes aspiraciones; sin aparentes deseos a parte de alimentarse y descansar al sol; no parecía tener mayor preocupación. Al mirarla transmitía serenidad y reflexión.

Pareciera obvio que alguien que se mueve despacio, que escanea con la mirada lo que le rodea y hasta donde su flexibilidad le permite lentamente pueda transmitir serenidad y sosiego y, que todo el tiempo de que dispone (aparentemente mucho) le permita una cierta reflexión.

Y todo se desarrollaba a ese ritmo, donde todo tenía su tiempo: laaaaargo para disfrutarlo.

El otro miembro de la familia era una ardilla, ¿podéis imaginarla? La ardilla, pequeña, ágil y divertida subía y bajaba por las cortezas y entre las ramas de los árboles próximos recolectando todo tipo de frutos secos, semillas y algunos vegetales.

Su vida transcurría un poco más rápida que la de la vaca que la observaba ir y venir constantemente.

Ardilla le llevaba a Vaca lo que iba encontrando en el bosque, claro que, no todo podían compartirlo, pues su alimentación era muy distinta, pero sí compartían algunos bocados y también compartían largas conversaciones en las que Ardilla explicaba las novedades que había descubierto en su ir y venir, y Vaca hacía lo propio desde donde estaba, porque, a pesar del aparente poco movimiento, pasaban muchas cosas dentro de sí.

Y así fue hasta que llegó la prole y el prado cambió.

Ardilla y Vaca tuvieron a un pequeño monito.

En este momento os estáis preguntando cuan absurda es esta familia, ¿no es cierto? Nuestra mente nos está informando puntualmente: una vaca y una ardilla no pueden tener un mono.

Nuestra mente, como fiel testigo de lo que estudiamos, acaba de etiquetarlo como absurdo; y quizás la genética nos informa de eso, pero esto es un cuento…¿Por qué no abrirnos a esa posibilidad?

Cuando llegó el monito muchas cosas tuvieron que cambiar, cosas sencillas en las que antes no habían pensado porque cada uno hacía lo que necesitaba hacer respetando sus espacios. Así, uno se paseaba por el prado mientras el otro exploraba los árboles inmediatos que colindaban con aquel o, uno comía nueces mientras el otro pastaba a sus anchas.

Al llegar monito, tuvieron que alternarse para cuidarlo, pues era frágil y necesitaba ser alimentado y protegido.

Descubrieron que, a pesar de poder comer algo del pasto de la vaca, no le hacía bien comer siempre aquello, al igual que tampoco le hacía bien comer siempre frutos secos o semillas. Descubrieron también que, aunque podía caminar al lado de la vaca mientras paseaban por el campo, lo que monito quería era subir a los árboles como ardilla.

Aprendió de ardilla cómo subir a los árboles. Tuvo que descubrir cómo saltar de rama en rama pues, ardilla, lo hacía distinto y se sorprendió abriendo sus ojos de par en par al poder ver todo aquello que no se veía desde abajo y, así, empezó a ampliar su radio de acción.

Con Vaca disfrutaba conversando y explicando historias, con Ardilla descubría un entorno que empezó a hacérsele pequeño.

Vaca y Ardilla observaban al monito y se daban cuenta de que no podían predecir su comportamiento, ni lo que iba a pasar y no podían anticiparse a sus movimientos para evitarle los peligros que hay en todo bosque. Eso, empezó a ponerlos nerviosos, al igual que los comentarios que hacían tanto el rebaño de vacas, como la comunidad de ardillas.

Los primeros, se ponían nerviosos con tanto ir y venir, tanto subir y bajar rompía su tranquila vida en el prado desde donde veían los confines de su mundo.

Los segundos, no entendían porqué no recogía hacendosamente frutos y semillas para el invierno, por qué no trabajaba arduamente para construir su refugio en un árbol y así poder guarecerse de la lluvia o del frío.

Monito, que era muy sensible, percibía toda aquella incomprensión y se sentía solo a pesar de querer mucho a aquellos con los que convivía y de los que había aprendido tanto. No se sentía cómodo ni con el rebaño de vacas, ni con la comunidad de laboriosos roedores.

Hubo mucho tiempo de enfados por que unos y otros no entendían lo que monito necesitaba y su naturaleza le pedía.

Se oía constantemente a unos:

-¡No subas tan arriba, es peligroso!

-¡No te alejes!

-¡Quédate quieto!

-¿Me ayudas a encontrar semillas?

Monito, que ya dejaba de ser pequeño, habló un día con Vaca y le dijo:- Vaca, no me gusta comer contigo, no me gusta recostarme todo el rato, me gustaría explorar lo que hay más allá de ese bosque.

Vaca le dijo:

– más allá no hay nada. -Mira- le dijo Vaca, -si levantas la cabeza, ¿qué ves?-

-Yo veo el prado, el rebaño, el bosque que limita con el prado. ¿Ves algo más?

-No- contestó monito, -pero Vaca, ¿sabes?, tu ves sólo esto. Subes al cerro por el mismo camino cada día, mas yo he subido con Ardilla a los árboles y se ve un charco de agua enorme al otro lado del bosque, y otros bosques y otros prados. Esto es muy aburrido- concluyó.

Vaca estaba nerviosa, no sabía cómo ayudar a monito que se sentaba a su lado mirando a lo lejos con la mirada perdida.

Era intrépido y no podía evitarle los peligros que sabía que los rodeaban.

Si había otros lugares, también habría otros peligros para los que no lo habrían podido preparar y eso la inquietaba, porque lo veía inocente. ¿Acaso podría despertarse la astucia en él para sortear los peligros, o sería presa de los lobos en cuanto saliese de aquel prado?

Ardilla y Vaca lo querían mucho y mantenían muchas conversaciones intentando ver cómo podrían ayudarlo.

Un día, el viejo búho, al que todos acudían en busca de consejo cuando se sentían perdidos les dijo: – id los tres al río y no bebáis de sus aguas, sólo mirad.

Estuvieron largo rato los tres mirándose en las aguas del río y cada uno veía su cara, sólo su cara. De vez en cuando, monito se quejaba: – ¡qué aburrido! ¿Qué quiere búho que vea, acaso estos ojos grandes?, ¿estas orejas chicas?, ¿estos brazos largos? …

Al oír aquello, vaca dejo de mirarse y miró el reflejo de monito en el agua y se dio cuenta de que no era como ella. Obvio, ¿no?

Miró a ardilla, y se dio cuenta de que tampoco era como ella, aunque vivían en el mismo prado…y exclamó en voz alta:

– ¡Cáspita!, ¿cómo no me he dado cuenta antes? (le gustaba aquella palabra, se la había escuchado a algún humano y le parecía alegre, divertida y sobre todo, el reflejo de un descubrimiento de monumentales dimensiones).

Ardilla y Monito la miraron atónitos.

– ¿Qué has descubierto?

-Que no puedes comer lo mismo que yo, ni retozar en la hierba, ni rumiar …porque ¡no eres vaca! Y tampoco puedes seguir a ardilla, porque no eres ardilla, ¡eres mono!

– ¿Cómo te voy a ayudar a ser mono, si yo no soy mono?

– ¿Cómo lo va ha hacer ardilla, si tampoco es mono?

Vaca estaba entusiasmada con el descubrimiento. Llegó a la conclusión de que, por más que se esforzase, no podría nunca colgarse de una rama, ni ver los otros bosques y prados desde lo alto, porque simplemente a ella le correspondía comportarse de otra manera. Nunca sabría dónde podría llegar Monito pero ella no lo vería con sus ojos. Monito se lo explicaría, mas ella nunca podría seguirle, ni protegerle, ni anticiparse, porque sus destrezas y habilidades eran distintas. Sólo podría advertirle de lo que ella creyera prudente, prudente desde su lugar de vaca.

Ardilla que era rápida y lista, pilló al vuelo el mensaje de Vaca. Ella tampoco podría seguir a Monito. Quizás sí un tramo, quizás sí hasta la rama del roble centenario, lo que había después quedaba muy lejos de casa y, si iba más allá, no le seguiría. ¿Quien le recordaría que tendría que recolectar para no pasar hambre? ¿Quién le enseñaría a ser previsor? ¿A estar alerta y ojo avizor frente a las incertezas de lo que se encontrase?

Esa visión los alivió, más después de soltar la preocupación que llevaban, sintieron una nueva responsabilidad: tenían que encontrar una comunidad de monos que lo ayudasen a desarrollar sus habilidades para poder ser feliz. Esa sería su misión.

Agradecieron a búho su consejo. Él había augurado un futuro sorprendente para Monito, pero nadie había dicho que sería en aquel prado y junto a aquellos árboles. Nadie, nunca, dijo qué tendría que pasar para que el indómito e inquieto monito fuese el rey de su manada.

Encontraron un mono con el que descubrió un millar de posibilidades. Tuvo que caer de las ramas algunas veces, dar su brazo a torcer otras tantas y, poner los pies en el suelo con la misma seguridad con la que volaba en las alturas.

Hoy, monito, vive la vida que quiere. Descubre nuevas posibilidades, y experimenta con seres que, como él, se mueven entre el suelo y el cielo.

De vez en cuando, se deja caer por el prado y comparte sus aventuras con Vaca, que es feliz por que lo ve feliz y, juega con complicidad con ardilla en las alturas sabiendo que ese patio no es el suyo desde hace mucho.

¿Por qué no abandonar el sufrimiento y mirarnos en el río? ¿Vernos como somos y ofrecer a cada cual lo que precisa para poder SER fiel a su propia naturaleza y así ser feliz?

Dedicado a todos aquellos que en alguna ocasión se sintieron igual de perdidos que Vaca y Ardilla, o que son Monito, y no están cómodos en el prado donde viven.

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

 

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