Historia de un piano

Erase una vez un piano de cola que vivía en una mansión.

La mansión, gris y un tanto descuidada, había sido abandonada hacía ya algunos años, y tanto la construcción como el jardín que la rodeaba reflejaban la falta de un espíritu que las habitase y les diese vida.

A pesar de sus dimensiones y de su potencial, cuando se pasaba por delante de la verja, un tanto oxidada, que delimitaba el terreno que la rodeaba, pocos se paraban a mirar; llevar los ojos hacia ella era entrar en un estado de letargo y nostalgia pasada que los paseantes instintivamente evitaban.

Si entrabas en la casa, a la izquierda, en medio de un gran salón vacío descubrías un piano. La tapa superior del piano estaba abierta sostenida por un bastidor que parecía informar de que en algún momento había sido tocado y parecía como si súbitamente hubiese quedado huérfano. Sus teclas estaban cubiertas con un fieltro verde, cubierto también de polvo.

Las casas abandonadas tienden a ser invadidas lentamente por otros seres, plantas y animalitos varios que buscan el calor y el recogimiento en el invierno o un lugar seguro donde procrear en primavera, y aquella casa no era distinta.

Descubrieron, por fortuna, unos ratoncillos un recoveco por el que colarse a través de la puerta del jardín. Digo por fortuna, por que la invasión de los ratoncillos supuso un cambio que pocos podrían haber sospechado.

Los espacios que recorrieron aquellos ratoncillos antes de descubrir el piano eran inmensos, pues inmensa era la casa llegando, finalmente, a la sala donde se podía descubrir al instrumento, solemne, de cola, abierto y… lleno de polvo. Ante tan impresionante visión, algunos, temerosos, lo miraban de lejos; no obstante, un par de intrépidos se aventuraron a escalar por él y a pasearse por su superficie. Quizás podrían hacer allí su nido. Por su temperamento inquieto, los ratoncillos, iniciaron un juego en el que se deslizaban, después de coger carrerilla, por la superficie de la tapa que cubría las teclas. En ese juego inocente se precipitó uno de ellos cual bola de nieve que rueda ladera a bajo, sobre el fieltro que las cubría, abriendo la caja de los truenos, pues sonaron un seguido de notas que se oyeron hasta el otro lado del mar.

Inmediatamente, todos se escondieron ante tal estruendo, pero al ver que no pasaba nada, repitieron la experiencia saltando sobre el teclado y descubriendo sonidos armónicos e inarmónicos en ese juego saltarín.

Mientras descubrían los sonidos de todas aquellas notas, iban desempolvando el piano adormecido que se liberaba de un gran peso creando imágenes en el aire que, instantes después, desaparecían.

Un día alguien pasó por delante de la casa, y oyendo el sonido de las teclas del piano abrió la cancela, llena de herrumbre, y entró en ella.

Por supuesto, nuestros tímidos ratoncillos, al oír el chirriar de los goznes de la puerta se escondieron, observado curiosos al intruso que se paseaba por toda la casa.

Como no, llegó a la habitación del piano y allí lo descubrió…lleno de polvo…lleno de polvo, y lleno de señales de patitas por todos lados.

Sorprendido ante el descubrimiento, abrió las ventanas, dejó que la luz ocupara la habitación y se sentó a tocar el piano.

No sonaba mal.

Salió decidido. Esa sería su casa. Habría que ponerla en luz, limpiar, pintar, decorar…un proyecto que abordar con energía, sin prisa, pero sin pausa.

Así que nuestro pianista compró la casa y actualizó cada una de las estancias, así como el precioso jardín que la rodeaba, no sin esfuerzo, pero con ilusión por la visión que lo empujaba.

Reparó las cañerías que inundaron la cocina; sustituyó los cables que se habían quemado y todas las tardes, al ponerse el sol, tocaba el piano entre pinturas y herramientas.

Después de algún tiempo, no pudo creerlo, un día amaneció y se dio cuenta de que, lo importante estaba hecho, así que disfrutó de su música matinal que se armonizaba con el canto de los pájaros que habían ido trasladando sus nidos a su jardín.

Los ratoncillos, encontraron un lugar donde esconder su nido y poder disfrutar de la música que, ahora sí, salía de un piano afinado y vivo.

El propietario nunca los buscó, aunque sabía que estaban en algún lugar; gracias a ellos había descubierto la casa y había llegado hasta el piano.

A veces, la vida, pone ratoncillos en nuestro camino para despertar aquello que está abandonado y precisa ser rescatado.

Y quizás, si les prestamos atención, llegaremos a nuestro piano y abriremos las ventanas de nuestra casa para que la luz la inunde llenándola de música.

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

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4 respuestas a «Historia de un piano»

  1. Muy bonito y además original, como todos tus cuentos.
    Ésto me dice: pensar, estudiar y a ver si doy con los “ratoncitos” que me puedan llevar a la luz que tanto se precisa.
    Mi enhorabuena y gracias, gracias por estar ahí, “detrás de la esquina” para encontrarme contigo.
    Te mando un Mmuuuuaa grande para tí, y hasta el próximo cuento. ❤️❤️❤️🌹🌹🌹🌹🌹

    1. Qué bonito que lo disfrutes! Me encanta saber que os llega de muchas maneras…un ratito corto para estar con uno mismo.
      Un abrazo y hasta el próximo post. Bss.

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