AMAPOLAS EN EL CAMINO -1

Llegó el mes de septiembre y con él, los inicios de un nuevo ciclo.

La vuelta al cole da el pistoletazo de salida a esos proyectos que se iniciaron en nuestras mentes en primavera y empezaron a ver la luz a principios de verano para que, madurados bajo el calor y el sol de estos meses, empiecen a mostrarse ahora.

Os propuse que compartiésemos espacio para enriquecer, con las experiencias de algunos de vosotros, aprendizajes, vivencias y sentires… porque cuántas veces hemos creído que algo que nos ha pasado o hemos sentido es único y, al compartirlo, surgen otros que responden: ¡a mí también me pasó!

En ocasiones, compartir las experiencias nos permite quitarle hierro, otras encontramos  soluciones conjuntas u opciones que otros encontraron y nosotros no vemos…En fin, que en mi opinión, compartir según qué cuestiones vividas en silencio y  que pertenecen a la esfera de lo íntimo  es generar un sostén, a veces inconscientemente percibido por quien pasa por una circunstancia parecida a la descrita… y ya no estás solo en tu experiencia, porque hay alguien que puso negro sobre blanco a aquello que tú estás viviendo.

Bien, pues con esa pretensión os sugerí: Amapolas en el camino.

La amapola tiene una connotación especial en mi vida. Es una flor que llama la atención creciendo entre los trigales y al tiempo es delicada y frágil. Vuestros escritos, a mi parecer, serán como esas amapolas: para algunos serán un mensaje que les recuerde que no están sol@s en su experiencia…y es que ¡otros pasaron por ahí!, y al tiempo son delicados y deben cuidarse como tales, porque ellos  son el reflejo de los sentires que sustentan nuestras relaciones y los que conforman nuestro álbum y la memoria de nuestra vida colmada de experiencias.

Ante todo, quiero agradecer a todos aquell@s que me habéis enviado algún texto, vuestro tiempo y apertura.

Para iniciar este nuevo año lectivo, os diré, cómo me sentí yo hace unos días.

Os lo explico breve, que estamos todos acelerados reubicándonos en nuestros sitios para afrontar una vuelta más  lo conocido: nuestro horario de trabajo, el gimnasio, las actividades extras programadas… aunque sé que hay algunos que decidisteis cambiar un poco todo eso.

Hace tiempo que toco mi caracola y hace unos pocos días, mientras la tocaba tenía la sensación de que llamaba a todas las Tundras que he ido dejando desperdigadas por ahí éste último tiempo: a la que le chifla bañarse y se quedó en la playa de la infancia, a la que salió a explorar varios fines de semana entornos desconocidos, a la que leía bajo los árboles o  a la que compartía abanico en estas tórridas noches de verano; las llamaba como el maestro  llama a los niños en el patio de la escuela para entrar en clase. Fue una sensación extraña y al mismo tiempo la constatación y la necesidad de estar toda yo en lo que estoy emprendiendo.

Será que como llega el otoño y la luz va disminuyendo mi Ser, empieza a preparase para lo que llega y empieza a poner orden.

Os propongo que aquello que surgió en mí al azar, lo hagáis vosotros conscientemente… Llamad a todos vuestros yoes para encontraros en otoño en el mismo lugar, allí donde estés, y desde ahí, emprender un nuevo viaje.

Nos volvemos a encontrar el mes que viene con uno de esos textos preciosos que comparten… mientras tanto, ordenemos nuestro entorno y a nosotros mismos…el viaje está a punto de empezar.

Luz y alegría

Tundra

Tundra

 

Copyright © Tundra de San Martin tundrasblog.com

Y a ti, ¿qué te pasa?

Y a tí, ¿qué te pasa?

Eso le decía un chico a otro, en tono interrogador mientras yo pasaba por su lado camino a casa.

Nunca sabremos lo que aquel chico le contestó, si es que hubo alguna respuesta con sujeto, verbo y complementos, pero sí me dio pie a pensar en cuantas veces desde que se inició este precoz verano, he oído esa pregunta: Y a ti, ¿qué te pasa?

Es una pregunta que recoge una demanda con algunos matices. De una parte, muestra interés en lo que le pasa al otro y, al tiempo, hay un cierto sabor de fondo que parece recriminar que no se esté como unas castañuelas.

Parece que hay una pieza en el puzle que falta, o algo que no encaja o…vaya ud a saber…y sobre eso quería hablaros.

Si compartes con conocidos la situación,  la respuesta surge con inmediatez : ¡la culpa es del calor! …y cómo estas temperaturas, que exceden con mucho la capacidad de aguante de la media de la ciudadanía, sobre todo después de algunos días, están haciendo mella en el sistema nervioso de algunos, no permitiendo un descanso reparador ni el disfrute de la vida en la calle hasta que no avanza la tarde.

Se oye a algunos bendecir el ir a sus lugares de trabajo y gozar de un aire acondicionado que alivia un ambiente tan caluroso, mientras compadecen a aquellos que por su trabajo sudan lo que no está escrito en las carreteras, parques o pateando las calles.

Para esa respuesta inmediata, hay una tirita, que es llevar una vida (en la medida de nuestras posibilidades) ajustada a la estación y a las condiciones que nos rodean, no sólo respecto a nuestro trasiego laboral diario, si no a lo que comemos, a qué tipo de ejercicio hacemos…

Al margen del calor presente, y a pesar de ello, el sabor de lo que se percibe no tiene un registro dulce y alegre, pareciera que se convive con cierto malestar; está en el aire y uno piensa: quizás pueda ser la política internacional, y no sería para menos, el mundo, como diría mi abuela, está patas arriba; no obstante, quizás sea el momento de preguntarnos, si no lo hemos hecho antes, qué es lo que nos disgusta tanto y qué podemos hacer nosotros; qué es lo que está en nuestra mano para que ese sabor sea por lo menos neutro si no puede ser dulce.

¿Os suena a revista de autoayuda? Si lo es, no es mi pretensión, pero sí lo es enfocarnos en el autocuidado, y os diré por qué.

Nos pasamos la vida haciendo, moviéndonos y ese movimiento tiende a ser externo, dedicándonos  poco, muy poco a cosas muy sencillas y que tienen verdadero impacto en nosotros.

¿Nos preguntamos cómo reacciona nuestro organismo con ciertos alimentos?, ¿Cómo nos sienta lo que pensamos?, ¿Cómo nos sientan las decisiones que tomamos?.

Cada día en nuestra vida hemos de elegir y, a veces, el resultado de una elección, sobre todo si no nos gusta el resultado, puede dirigirse hacia los demás, no responsabilizándonos de sus efectos, abocando así una cantidad ingente de “basura “a nuestros conciudadanos, a ese aire que todos respiramos.

¿Sería quizás una buena opción aprovechar las vacaciones y propiciar lo que su etiología nos propone, esto es: estar libres y vacíos y así poder darnos cuenta de cómo nos relacionamos con lo que nos rodea y poder tomar conciencia de lo que nos hace bien?

Deseo que esa parada sea una realidad y nos permitamos la posibilidad de escucharnos y escuchar para poder movernos más armónicamente y poner algo de dulzor a este mundo que parece estar “patas arriba”.

Yo lo procuraré.

Buen verano a todos y gracias por compartir conmigo un año más.

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

Copyright © Tundra de San Martin tundrasblog.com

Los cuentos del agua

Vivía en un pueblecito, un personaje al que todos llamaban abuela María. La abuela María era conocida por todos por que había sido la antigua maestra de la escuela. Acostumbraba a llevar el cabello recogido en un moño y caminaba despacito por que sus piernas no podían hacer grandes esfuerzos, pero si mirabas sus ojos vivos y expresivos, parecía que les quedaba mucho por decir.

Acostumbraba a sentarse en un banco de la plaza mayor, a la sombra si era verano, y al solecito si empezaba a refrescar, y contaba historias a los niños; de hecho, era la mejor explicando cuentos. Sacaba del bolsillo de su delantal cualquier objeto que había recogido: una pinza de la ropa, un imperdible, un botón… y les proponía a los niños que hiciesen una frase bonita con él, continuando ella un relato de lo más inverosímil que alimentaba la imaginación de los niños. Sus cuentos estaban llenos de héroes que defendían la verdad y seres mágicos que, según ella, podían encontrarse en cualquier lugar del pueblo, si se llevaban los ojos bien abiertos. Para eso, para abrir los ojos interiores de aquellos niños, los invitaba a que los cerrasen; decía, que si las ventanas estaban abiertas había demasiadas distracciones y no descubrirían esa manera de mirar especial que ella les proponía.

Un día, al inicio del otoño, en una tarde en la que las hojas de los árboles planeaban suavemente sobre sus cabezas explicó el último cuento que se recuerda de ella.

El relato explicaba la vida de los habitantes de un valle muy bonito entre montañas donde se habían perdido las ganas de jugar y reír.

Los padres y madres de los chicos que allí habitaban tenían mucho trabajo en el campo, y los niños ya no salían a buscar lagartijas, ni ranas, ni sapos, ni explicaban nada cuando se sentaban a la mesa cerca de la chimenea a la hora de cenar.

Los chicos acostumbraban a sentarse en el empedrado que había detrás de la serrería cerca del río y dejaban pasar sin más las horas.

Entre ellos había una niña muy pequeña, a quien nadie prestaba atención. Observó aquella niña algo entre los matojos que se movía, y se acercó.

Se acercó, y pudo ver una niña como ella pero, algo distinta, tenía dos alitas. La niña, inocente como era, le preguntó cómo se llamaba y cuantos años tenía.

Tenía un nombre extraño: Nur, le dijo, y lo que más le sorprendió, parecía que tenía muchiiiiiiisimos años.

Era un hada, algo que no pareció sorprender a la niña y le contó que vivía en el bosquecillo que lindaba con el río.

Para celebrar tan agradable coincidencia, el hada le propuso a la niña ir a jugar juntas, a lo que ella preguntó: ¿qué es jugar?.

El hada abrió los ojos de par en par incrédula y le preguntó: ¿no has jugado al escondite? ¿Ni a sorprender a los animales en el bosque?, ¿No has jugado a ver la forma que tienen las nubes en el cielo?

La niña, sincera, le dijo que los chicos solamente se sentaban en el empedrado y que ella, como se aburría allí, iba a ayudar a mamá que siempre tenía muchas tareas que hacer.

Descubrieron juegos divertidos como jugar con las ranas que les hacían reír al saltar sobre sus barrigas desnudas, o imitaban los gestos de los ratoncillos de bosque.

Cuando volvió a casa a la hora de la cena, tenía mucho que explicar, pero allí todos estaban serios y no se atrevió a decir nada.

Pasaban los días y la niña aprendió a jugar, a reír… pero algo le preocupaba y es que, a parte de su nueva amiga secreta, todos en casa estaban serios y circunspectos.

Al hada aquello le pareció verdaderamente preocupante, así que le dijo que harían magia. Le pidió que llenara una botella de agua en la fuente a la que añadió una de sus alas. La agitó, y le dijo que se la diese a beber a sus amigos.

La niña andaba feliz hacia el empedrado cuando su hermano, en un arrebato, le cogió la botella y se la bebió toda de un suspiro dejándola a ella helada.

En su pensamiento surgió la reprimenda: ¡era para todos, no sólo para ti! …le decía en silencio.

Al volver esa noche a casa, su hermano estaba inusualmente comunicativo y hablaba por los codos. Nadie acertaba a entender qué pasaba salvo ella.

Al día siguiente, como es natural y ante tan espectacular resultado, la niña contó al hada lo sucedido y le pidió más agua…para el resto de los chicos que, al beberla, volvieron a casa transformados.

Tanta magia era difícil no compartirla, así que pidió más: para su madre, para sus tíos, para sus vecinos…

Al hada ya no le quedaban alas, y tardarían mucho en crecerle unas nuevas, así que le propuso disolverse en el agua de la fuente y cada sorbo que bebieran de allí transformaría sus vidas.

La niña no entendió bien lo que significaba disolverse en la fuente, pero convencida de que no perdería a su nueva amiga, accedió a la propuesta.

Nuestra hada salió del bosque y se sumergió en las aguas que alimentaban la fuente y, ¡oh sorpresa! Todo el pueblo empezó a sonreír, a bromear, a hablar mientras comían y a explicar historias alrededor de la chimenea por las noches.

Nadie supo del cambio, sólo la niña que iba cada día a la fuente a dar las gracias a su amiga.

La tarde en que la abuela María explicó este cuento, los niños del pueblo se fueron a casa pensando si en su pueblo habría alguna fuente mágica como la del cuento  de la abuela . Esa noche soñaron con caballeros, aventuras y seres que los mayores decían que no existían.

Durante una semana hizo muy mal tiempo, soplaba el viento, era desagradable estar en la calle y no hubo ocasión de volver a la plaza. Los niños echaban de menos los relatos de la abuela María así que el primer día que el tiempo acompañó, al salir de la escuela, se reunieron todos en la plaza esperando ansiosos otro cuento más.

La abuela María no apareció, de hecho, nunca más se supo nada más de ella. Encontraron su casa ordenada y la puerta abierta …todo un misterio.

Otro misterio alegraría poco después a los niños, pues al hacer obras en la plaza mayor, bajo el banco donde habitualmente se sentaba ella, salió un chorro de agua proveniente de un acuífero que cruzaba la plaza, hecho que fue aprovechado por la municipalidad para colocar una fuente.

A partir de entonces, se corrió la voz y los niños pasaban a buscar agua después del colegio diciendo que era el agua de la abuela María.

Las buenas lenguas dicen que aquellas aguas inspiraban las mentes de los niños, eran creativos y explicaban mil historias a la hora de cenar cuando se encontraban en familia.

Tanta fama llegó a tener la fuente de la plaza que se creó un concurso infantil en honor a la abuela María. Lo llamaron:” Los cuentos del agua”.

Fuese una leyenda o una casualidad, la inspiración había llegado a sus vidas a través de una fuente emblemática para que no se perdieran las sonrisas, los juegos y los relatos.

¿Qué aguas inspiran tu vida? ¿En qué aguas bebes?

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

Copyright © Tundra de San Martin tundrasblog.com

AMAPOLAS EN EL CAMINO

Queridos lectores y amigos,

Os envío esta nota fuera de nuestro tiempo de encuentro con la idea de lanzar una propuesta.

Vosotros decidiréis si os queréis sumar y si creéis que alguna de vuestras experiencias o descubrimientos, en lo que lleváis vivido, pueden ser útiles para todos nosotros y así poder compartirlas.

La propuesta consiste en:

-Crear un espacio nuevo que llamaremos: Amapolas en el camino.

-Recogerá un escrito mensual aportado por alguno de vosotros, que alternaré con uno de mis escritos mensuales. Por tanto, seleccionaré 11 textos.

Temática: alguna experiencia o aprendizaje que haya sido valioso para tu vida.

-Longitud del texto: menos de 1000 palabras

-Idioma: Castellano (eso permitirá que aquellos que nos leen desde otros países puedan seguir haciéndolo).

Podrá aparecer vuestro nombre, un pseudónimo o, simplemente, si no queréis compartir la autoría, se publicará como anónimo.

-Si queréis enviar audio con el texto grabado, estaré encantada de que otras voces compartan espacio en mi blog; si no, lo grabaré yo, ya que el audio no tiene otra intención que lo que escribimos llegue a gente con dificultad visual o de lectoescritura, que fue el motivo por el cual lo incluí.

El por qué de este espacio, no es otro que el de dar un lugar para compartir a aquellos que me habéis manifestado que tenéis algo que decir, o que os gustaría transmitir  alguna experiencia o algún aprendizaje, por que quizás les puede ser útil a otros. 

Abro la convocatoria hoy 1 de junio y la cerraré el 31 de agosto.

Vivid, experimentad y compartid

¿Qué puede ser más nutritivo?

 

Enviad vuestros escritos o dudas al siguiente mail:

amapolasenelcamino@gmail.com

 

¿OS ANIMAIS?

Uno sabe lo que escribe, pero nunca a quién o a dónde llega y tampoco el efecto que causa. Es una de las maravillas de escribir.

Que lo que compartamos sea en beneficio mutuo y nos aporte luz y alegría.

 

Los autores de aquellos textos que sean seleccionados recibirán uno de los libros publicados con el agradecimiento de todos aquellos a quienes su vivencia  pueda ser útil.

En el caso de que decidáis participar informo que cedéis vuestro texto en beneficio de los que nos leerán. Es un espacio abierto, no remunerado.

GRACIAS A TODOS !

Desde mi balcón 4

¿Qué es vivir?

A raíz de una pequeña conversación con una conocida, a quien también le gusta escribir, se coló en mí esta pregunta.

Os trasladaré el hilo conductor de la reflexión con la intención de que compartáis si queréis y tenéis tiempo conmigo y con los que nos puedan leer, qué significa para vosotros vivir.

Veréis, la conversación se inició a raíz de cómo se buscaba el momento creativo. Algunos lo hacen en silencio, ella me decía: Tundra, para escribir, tengo que vivir.

Esa respuesta me hizo preguntarme qué era vivir para mí.

Hay una práctica común en el yoga y en el budismo y seguramente en otras disciplinas que propone centrar la atención en la respiración.

Cuando se práctica, sobre todo al principio, observas cómo tu mente está en todos sitios menos en la respiración, que es el objeto de la práctica, y delante de tal cuadro nos damos cuenta de que la mayoría de las veces nuestra mente está recordando lo que ya pasó o planificando lo que querremos hacer.

La mención de “aquí y ahora” que tan de moda se puso ya hace algunos años, se evidenciaba como algo no tan fácil de conseguir a pesar de la voluntad y la conciencia que se intenta poner al hacer el ejercicio.

La mente utiliza, de motu propio, una cantidad ingente de trucos para llevarnos lejos de donde estamos y captura nuestra atención a través de las emociones, a través de los sentidos. Observarla es espectacular, al igual que ver lo vulnerables que somos a ella.

Así que estamos de cuerpo presente y con la mente ausente.

En el mundo del yoga muchos la han asimilado a un mono, no es por que sí.

STARGATE

Se llamaba Pablo y no tenía más que 7 años. Acostumbraba a merendar un sabroso bocadillo de chorizo, o mortadela, o jamón dulce en la cocina, sobre el hule estampado que protegía una mesa que había acompañado muchas conversaciones.

Pablo era un gran oyente. En su casa, lugar por el que pasaban unos y otros con mucha frecuencia por que su madre tenía siempre las puertas abiertas a todo aquel que necesitaba echar un ratito de cháchara, se cocían muchas cosas entre pucheros y mandiles, y él las presenciaba detrás de unas gafas que le permitían ver con más claridad lo que acontecía.

A diferencia de mamá, que era un torbellino inquieto, Pablo acostumbraba a llevar algún libro entre las manos. Sus preferencias eran los libros de aventuras y los tebeos en los que disfrutaba de un mundo de hazañas y peripecias que distaban mucho de su vida cotidiana.

-Niño, sal a jugar a la calle- le decía su madre después de que se hubiese comido el consabido bocadillo y su vaso de leche.

A Pablo, que por su constitución lo del movimiento le costaba un poco, no le nacía motivación suficiente para moverse del sofá o del sillón que había sido del abuelo, y que hacía ya unos años había quedado vacío. Así que mientras mamá centrifugaba por la casa y hablaba cual radio portátil ora con la vecina, ora con alguna visita inesperada, él se refugiaba en sus lecturas creando un paréntesis perfecto después de la jornada escolar.

Una de esas tardes, vino Luís, su vecino, a buscarlo. Les faltaba un jugador para el partido de futbol.

-Anda, vete a jugar con Luisito, hijo- le dijo su madre acompañando sus palabras con un movimiento que lo llevaba hacia la puerta de la casa.

Andromeda

A regañadientes, Pablo acompañó a Luis a un partido que poco le importaba. Jugó, sudó de lo lindo y se enfermó, postrándolo un enfriamiento en cama.

Silencioso como era, estar enfermo y en su habitación suponía estar en la gloria bendita. Tendría tiempo para leer. Su madre sólo lo interrumpiría para llevarle un zumo de naranja, o el antitérmico a la hora indicada, o para preguntarle por lo que le apetecía para comer. El resto de su tiempo era suyo.

En los primeros días en los que la fiebre lo tenía abatido y sintiéndose hervir por dentro pensó en el agua fría, y puso las manos sobre su vientre exactamente sobre el ombligo. Sorprendentemente, sus manos estaban heladas. El frío se coló en su ombligo y eso lo relajó; lo relajó tanto, que cayó en un estado de duerme vela en el que las sensaciones se hicieron tan reales que después no supo si lo que había pasado era cierto o lo había soñado. Mientras el frío relajaba su cuerpo, se sintió colarse a través de su ombligo como el que cae por un tobogán. Cogía velocidad como pasajero en un agujero de gusano de aquellos que salían en los comics y que, después de lo que creyó un suspiro, lo dejó suspendido en medio del universo. Estaba oscuro y al tiempo podía ver las estrellas. Se convirtió en un observador galáctico por unos segundos…unos segundos que fueron interrumpidos por una voz familiar que lo trajo de vuelta. Era su madre.

Estaba aturdido por la visión y la voz de su madre, que perturbaba la digestión de tan espectacular viaje.

Desde aquel día, sus visitas a la biblioteca se incrementaron, buscando imágenes sobre lo que había visto. Descubrió la constelación de Andrómeda, a Pegaso y a Orión en todos aquellos ires y venires buscando información…y empezó a mirar al cielo preguntándose que había allí fuera.

Con sólo 7 años, había hecho un descubrimiento monumental que le permitía desvelar otros mundos…Aquella espiral que se dibujaba en medio de su cuerpo tenía un para qué, igual que los pies le servían para caminar, su ombligo no era sólo un orificio donde se acumulaba la pelusilla del jersey o que limpiar cuando se duchaba, si no que se había convertido en una entrada a algo fascinante.

Agujero de gusano

Lo había conectado con su madre antes de nacer, según le habían enseñado en el colegio, y ahora, por casualidad, le había abierto una puerta al universo.

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

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Desde mi balcón 3

Ese, también puedo ser yo.

Lo vi pasear, con su cuerpo inclinado, la mirada perdida en la profundidad de los panots de la acera, unos pies que a duras penas le acompañaban, cogido del brazo de su cuidadora y, una vez más, pensé: es@ podrías ser tu.

Era un anciano.  Hace quizás unos pocos años, seguramente caminaba erguido y seguro por esas mismas aceras; no necesitaba de un brazo al que agarrase, ni tantos afectos.

¿Os habéis dado cuenta que a medida que nos hacemos mayores hay ciertas cosas que pierden importancia y otras que pasan a ser primordiales? A veces una mirada, un saludo, un ”¡que guapo va hoy!”, puede alimentar más que un jabugo 5J ( Si el que lee este escrito no es español quizás no le sea familiar la expresión:” Un jabugo 5J”; es el mejor jamón que podáis encontrar en el mercado.)

Hubo un tiempo en que la vida me ofreció la oportunidad de tratar con mucha gente, y fue durante un largo período. Aquella fue una buena escuela, aunque no siempre supiera entender para qué.

Creo que a día de hoy voy cogiéndole el hilo a esta suma de casualidades en mi vida.

Cuando alguien entraba por la puerta me decía a mí misma: Tundra, es@ puedes ser tu, y eso me llevaba a entablar una relación muy distinta con aquella persona, por que si esa persona puedo ser yo, debería tratarme con Amor, ¿no?

Pues os confesaré que no siempre acertaba con el brebaje, aunque dicen que la práctica hace al maestro y con el tiempo los ingredientes se redujeron a uno.

Cada una de aquellas personas se acercaba en el estado y en la condición con la que estaba viviendo o lidiando.

Y así, si alguien se nos mostraba víctima de cualquier situación, me preguntaba qué necesitaba yo cuando en ocasiones había estado en esa posición. Lo mismo pasaba si el que venía estaba airado y, me preguntaba qué lo estaba sacando de sus casillas y qué necesitaba para salir de ese enojo. En general, las contestaciones que me daba eran: necesita afecto, comprensión, necesita una mano que le indique que no está solo…, respuestas que me hubiese dado a mí misma si hubiese estado en su lugar, al fin y al cabo, todos podemos pasar por cualquier circunstancia por inverosímil o lejana que nos pueda parecer. ¿Acaso no somos todos humanos?

Debo reconocer que por allí también pasaron personas cuya calidad humana era envidiable y me recordaba la bondad que también todos llevamos dentro y que podemos ofrecer no sólo en circunstancias donde es evidente que se necesita, sino también en aquellas en las que no parece tan necesario.

Aquellos otros eran como un paréntesis, y recuerdo unas miradas serenas y profundas que te conectaban con tu propio ser… o al menos a mí me lo parecía, y esos, también podían ser yo.

Hoy en día, cuando alguien en la calle o en el tren me pide alimento, doy al mendigo que llevo dentro. Si un niño espontáneamente me saluda, le guiño un ojo en señal de complicidad; si veo a alguien taciturno, quizás decido respetar su necesidad de silencio y ofrezco una mirada amable…porqué quizás es@ pueda ser yo.

Después de mucho tiempo, entendí aquella frase que había oído tanto de pequeña : ama al prójimo como a ti mismo.

Os diré que observándome, me descubro en ocasiones, no amándome mucho o, ignorándome o, boicoteándome; por suerte, siempre me cruzo con alguien que me permite reflexionar sobre ello y darle un giro al timón, y ofrecerme y ofrecer a los otros un gesto de afecto.

 

¿Cómo me trato? ¿Cómo trato a aquel otro que se cruza en mi vida?

¿Nos serían útiles esas preguntas para cambiar las cosas? Aunque, pensándolo bien, quizás no tengan que cambiarse y sólo deban observarse, y mirarse desde otro prisma.

Ahí lo dejo por si queréis preguntároslo en alguna ocasión, a lo mejor os sorprenderá la respuesta que La Vida os devuelva.

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

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Historia de un piano

Erase una vez un piano de cola que vivía en una mansión.

La mansión, gris y un tanto descuidada, había sido abandonada hacía ya algunos años, y tanto la construcción como el jardín que la rodeaba reflejaban la falta de un espíritu que las habitase y les diese vida.

A pesar de sus dimensiones y de su potencial, cuando se pasaba por delante de la verja, un tanto oxidada, que delimitaba el terreno que la rodeaba, pocos se paraban a mirar; llevar los ojos hacia ella era entrar en un estado de letargo y nostalgia pasada que los paseantes instintivamente evitaban.

Si entrabas en la casa, a la izquierda, en medio de un gran salón vacío descubrías un piano. La tapa superior del piano estaba abierta sostenida por un bastidor que parecía informar de que en algún momento había sido tocado y parecía como si súbitamente hubiese quedado huérfano. Sus teclas estaban cubiertas con un fieltro verde, cubierto también de polvo.

Las casas abandonadas tienden a ser invadidas lentamente por otros seres, plantas y animalitos varios que buscan el calor y el recogimiento en el invierno o un lugar seguro donde procrear en primavera, y aquella casa no era distinta.

Descubrieron, por fortuna, unos ratoncillos un recoveco por el que colarse a través de la puerta del jardín. Digo por fortuna, por que la invasión de los ratoncillos supuso un cambio que pocos podrían haber sospechado.

Los espacios que recorrieron aquellos ratoncillos antes de descubrir el piano eran inmensos, pues inmensa era la casa llegando, finalmente, a la sala donde se podía descubrir al instrumento, solemne, de cola, abierto y… lleno de polvo. Ante tan impresionante visión, algunos, temerosos, lo miraban de lejos; no obstante, un par de intrépidos se aventuraron a escalar por él y a pasearse por su superficie. Quizás podrían hacer allí su nido. Por su temperamento inquieto, los ratoncillos, iniciaron un juego en el que se deslizaban, después de coger carrerilla, por la superficie de la tapa que cubría las teclas. En ese juego inocente se precipitó uno de ellos cual bola de nieve que rueda ladera a bajo, sobre el fieltro que las cubría, abriendo la caja de los truenos, pues sonaron un seguido de notas que se oyeron hasta el otro lado del mar.

Inmediatamente, todos se escondieron ante tal estruendo, pero al ver que no pasaba nada, repitieron la experiencia saltando sobre el teclado y descubriendo sonidos armónicos e inarmónicos en ese juego saltarín.

Mientras descubrían los sonidos de todas aquellas notas, iban desempolvando el piano adormecido que se liberaba de un gran peso creando imágenes en el aire que, instantes después, desaparecían.

Un día alguien pasó por delante de la casa, y oyendo el sonido de las teclas del piano abrió la cancela, llena de herrumbre, y entró en ella.

Por supuesto, nuestros tímidos ratoncillos, al oír el chirriar de los goznes de la puerta se escondieron, observado curiosos al intruso que se paseaba por toda la casa.

Como no, llegó a la habitación del piano y allí lo descubrió…lleno de polvo…lleno de polvo, y lleno de señales de patitas por todos lados.

Sorprendido ante el descubrimiento, abrió las ventanas, dejó que la luz ocupara la habitación y se sentó a tocar el piano.

No sonaba mal.

Salió decidido. Esa sería su casa. Habría que ponerla en luz, limpiar, pintar, decorar…un proyecto que abordar con energía, sin prisa, pero sin pausa.

Así que nuestro pianista compró la casa y actualizó cada una de las estancias, así como el precioso jardín que la rodeaba, no sin esfuerzo, pero con ilusión por la visión que lo empujaba.

Reparó las cañerías que inundaron la cocina; sustituyó los cables que se habían quemado y todas las tardes, al ponerse el sol, tocaba el piano entre pinturas y herramientas.

Después de algún tiempo, no pudo creerlo, un día amaneció y se dio cuenta de que, lo importante estaba hecho, así que disfrutó de su música matinal que se armonizaba con el canto de los pájaros que habían ido trasladando sus nidos a su jardín.

Los ratoncillos, encontraron un lugar donde esconder su nido y poder disfrutar de la música que, ahora sí, salía de un piano afinado y vivo.

El propietario nunca los buscó, aunque sabía que estaban en algún lugar; gracias a ellos había descubierto la casa y había llegado hasta el piano.

A veces, la vida, pone ratoncillos en nuestro camino para despertar aquello que está abandonado y precisa ser rescatado.

Y quizás, si les prestamos atención, llegaremos a nuestro piano y abriremos las ventanas de nuestra casa para que la luz la inunde llenándola de música.

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

Copyright © Tundra de San Martin tundrasblog.com

Desde mi balcón 2

Saborear o no saborear, esta es la cuestión. Una oportunidad en la nueva normalidad.

Sabemos que la vida nos ofrece múltiples posibilidades y que depende de nosotros el enfoque y el uso que damos a las mismas. A veces, la vida viste esas posibilidades de formas que nunca hubiésemos imaginado y no sabemos qué hacer con ellas.

Desde mi balcón puedo ver como estos días una gran mayoría de gente pasa por el supermercado en busca de viandas con que surtir una mesa distinta a la habitual y que compartirá con los que quiere; eso me ha llevado a pensar en un acontecimiento que hasta ahora era poco frecuente pero que, a día de hoy, forma parte de esta nueva “normalidad”.

En los últimos tiempos muchos han sido los que han perdido el gusto y el olfato con motivo de este virus que nos acecha en cada esquina y me preguntaba:  en qué podía enriquecer nuestra experiencia de vida la pérdida de dos de nuestros sentidos. Os comparto mis reflexiones.

Sabores y olores

El primer pensamiento que me surge, como quizás a la mayoría, es el de que no podemos disfrutar del sabor de un buen guiso o del agradable olor de un perfume impidiéndonos, por tanto, disfrutar de algunos placeres básicos de nuestra vida y que ocupan gran parte de nuestra energía y tiempo.

Preguntadles a los que han estado o están en esa tesitura cuan valioso les pareció poder recuperarlos después de algún tiempo y poder disfrutar de nuevo de los sabores y de que las comidas dejen de saber a nada.

Ese pensamiento me conducía a un ejercicio de humildad, me explico: en esta vida somos usuarios, esto es, estamos de paso y todo aquello que nos rodea se pone a nuestra disposición para enriquecer nuestra experiencia. Los sentidos no son muy distintos de cualquier otra cosa que tenemos a nuestro alcance, pareciera que viene incorporado de serie, y sólo aquellos a quienes se les imposibilitó el disfrute de alguno de ellos, o tienen a alguien cercano con ese tipo de carencia, pueden calibrar lo que su falta significa y que el resto damos por sentado.

Así que, por un lado, una experiencia así nos permitiría caer en la cuenta de una obviedad que pasamos por alto cada día: todo de lo que dispongo hoy, no necesariamente estará mañana, por lo tanto, estaría bien valorarlo y dar gracias por poder disfrutar de ello

GRACIAS

Otra reflexión a la que me lleva este tipo de “accidente” en nuestra vida es a relativizar la experiencia de nuestra percepción y qué interesante me parece eso, veréis: la realidad nos viene informada prioritariamente a través de nuestros sentidos y con la información que ellos nos aportan nosotros le damos significado a nuestro entorno y tomamos decisiones, algunas básicas y muy importantes como por ejemplo si algo que vamos a ingerir está en buenas condiciones o no.

Si te sumerges en una experiencia así, esto es, pierdes el gusto y el olfato, también te puedes dar cuenta de cuan vulnerables somos estando a merced de unos sentidos que pueden estar alterados, cuya percepción puede ser errónea y que nos pueden llevar a un dibujo de la realidad también sesgado o equivocado, así que pienso: ¿seguro que lo que percibo es lo que es?

El mero hecho de planteárselo creo que te abre innumerables puertas desde las que explorar y que nos sacan de esa certeza en la que en muchas ocasiones vivimos buscando una seguridad inexistente.

Pratyahara

No quiero cerrar esta reflexión sin hacer un último apunte, una última mención: Patanjali, un sabio indio conocido en el mundo del yoga por haber descrito los ocho pasos en el camino hacia la visión del alma (el óctuple sendero del yoga), hablaba del Pratyahara como el estadío en el que se busca neutralizar la información proveniente de los sentidos externos para llevar nuestra atención a lo que sucede en nuestro interior.

De forma muy burda, y quizás por casualidad, pensaba: ¿por qué no aprovechar una ocasión así, en la que parte de nuestra energía no se tiene que dirigir a procesar la información que viene de fuera para dirigir nuestra atención hacia nuestro interior? Podría ser un bonito regalo que nos permitiría reanudar nuestra vida más sabios y porque no,  podría ser el inicio de un descubrimiento: la apertura de la puerta del mundo interior…no obstante, esa es una opción que le corresponde a cada cual.

Con el deseo de que alguna de estas reflexiones nos permita salir de la inercia en la que a veces estamos sumidos, os dejo hasta la próxima ocasión.

Luz y alegría

Tundra

Fotografia Tundra de San Martin

 

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El Templo de la Verdad

Dice la leyenda que, hace mucho mucho tiempo, se había construido en un lugar emblemático el Templo de la Verdad. El templo estaba sostenido por once hombres y once mujeres, así que sus columnas eran parejas y se sostenían unos a otros. Sostener aquel templo no era fácil. Requería saber de sí para mantenerlo con coherencia.

A ese templo peregrinaban e iban a rezar los que dudaban, los que se sentían perdidos, los que vagaban sin rumbo.

El Templo de la verdad

Rodeado de olivos, acariciado por los vientos del sur en una tierra seca ofrecían el aliento al que moria en vida.

Un día, un viento procedente de no se sabe dónde, los rodeo creando la duda en sus oídos. Algunos pasaron por alto esas voces de sirena, mas en otros, su susurro abrió una brecha que los confundió, haciéndolos dudar sobre lo que sostenían: ¿qué verdad era esa?  y ¿para quién la sostenían?

Aquel viento desconocido coló en sus mentes un nuevo lenguaje que les ofrecía la posibilidad de descubrir otras cosas para sí, así que algunos de ellos fueron abandonando su honorable propósito, abandonando así también a su homónimo masculino o femenino en aquel templo. Las parejas se desparejaron, y el templo fue perdiendo columnas de sostén.

Finalmente fueron tan pocos los que se quedaron a sustentarlo que el templo se cayó.

Durante mucho tiempo se vivió en el caos pues no había referencia ni orientación, y las gentes andaban de un lugar a otro buscando sin orden ni concierto. Buscaban y construían templos similares que al poco se derruían siendo sustituidos por otros más ostentosos y brillantes que nuevamente acababan desapareciendo.

Dice la leyenda que los dioses, en su compasión, decidieron encender un fuego en el corazón de los hombres.

Dicen también que, a lo largo de los tiempos, esas almas se han ido buscando para reconstruir aquel templo original y que en algún lugar, bien protegido de vientos poco amables lo consiguieron, y lo mantienen a resguardo; no obstante, los que lo buscan lo encuentran y cuentan que ya no son once  parejas las que lo sostienen, son muchos más.

Vega

Se dice que aquellas almas primeras buscaron algo que les recordase cada día su fragilidad para así poder sostener y no volver a olvidar su verdadero propósito, y pusieron una estrella en el firmamento: Vega, para no perder el norte y recordar que debían ser fieles a los dictados de su corazón; a su verdad.

Desde entonces, hay muchas almas que miran nostálgicas cada noche a Vega, buscando el camino de vuelta a casa, y ella, silenciosamente, les marca el sendero que los lleva a su corazón.

Luz y alegría

Felices Fiestas a Todos

Tundra

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